EL CABALLO DE TROYA (amado gómez ugarte) | ||
Cultura física Vivimos el culto al cuerpo, a la belleza simple de lo meramente visual, al ideal epidérmico, imposible y caduco de la eterna juventud. Como así lo han decidido por nosotros los anunciantes televisivos, con esos cuerpos de yogur desnatado, esas chicas carniprietas y chicos figurines, que utilizan como cebo para vendernos una vulgar colonia, un automóvil corriente, un refresco que no quita la sed o cualquier otro artículo prescindible e innecesario. Ahora no basta con la honradez, el esfuerzo y la cultura para triunfar en la vida, es necesario ser guapo o guapa. La sociedad se ha vuelto muy exigente con el aspecto exterior. Es mejor visto un malvado con aspecto de Adonis que un ser bondadoso pero calvo y barrigón. Es la victoria de la apariencia sobre la substancia, de lo somero sobre lo profundo. La moral light representada por una anatomía light. La exaltación de una estética delgada en cuerpo y alma, dominante en estos últimos tiempos, tan diferente al barroquismo generoso y exuberante de las modelos del siglo XVII que inmortalizara Rubens en sus cuadros. Todos esos conceptos magros de belleza, establecidos por no se sabe quién, son transmitidos a diario, como un virus mental, a través de las pantallas de los televisores, utilizando como medio cuerpos famélicos masculinos y sobre todo femeninos, muy trabajados en el gimnasio, que nos miran desde su pasarela sintiéndose como una raza superior a los ciudadanos y ciudadanas corrientes, cuyos volúmenes crasos no se corresponden con el ideal que ellos representan. Y han conseguido obsesionarnos hasta tal punto con la importancia del aspecto físico, que el cerebro se nos ha llenado de pájaros, o sea de complejos relativos a la edad y el peso, que nos han llevado a dejar en segundo plano, o incluso despreciar, otros atractivos internos de la personalidad humana, cuyos valores han sido sustituidos por la pura apariencia física. Antes los guapos y guapas permanecían confinados en las pantallas cinematográficas. Eran guapos, guapas de cine. Tan guapos, guapas como tontos, tontas. Y quedaba siempre, al menos, como recompensa, el papel de personaje inteligente para los actores y actrices menos agraciados en lo físico. Pero los guapos y guapas de ahora encima pretenden ser listos, listas: presentan los telediarios, escriben artículos en periódicos y revistas, publican libros... Ganan el Premio Planeta... Se colocan, cuando les conviene, unos anteojos sobre la nariz y se convierten de pronto en guapos y guapas intelectuales. Estamos sustituyendo, o hemos sustituido ya, el pensamiento por la estética, la gimnasia del espíritu por el aeróbic. Pero el culto al cuerpo no es un ritual inofensivo, sino un sacrificio, un verdadero martirio para muchas personas que inmolan su juventud e incluso su vida (léase anorexia) en pos de ese sueño de conseguir un aspecto físico que se corresponda con la moda imperante. Y cuando se llega al punto de no aceptar el propio cuerpo (que, al fin y al cabo, no es sino el soporte móvil de algo mucho más importante llamado cerebro), eso significa que nos han conseguido trastocar el orden de los factores, que aquí sí altera el producto, nos han sobredimensionado lo superficial en detrimento de esa otra belleza interior, metafísica, sutil e inmaterial que es la inteligencia. Pero no nos dejemos engañar por la perversa publicidad que, a base de cuerpos delgados, sólo pretende proporcionar gordos beneficios económicos a los pérfidos modistas, los vendedores de falsos productos y métodos adelgazantes y los dueños de gimnasios. ¿Acaso se puede comparar al orondo y maravilloso Hércules Poirot con los melifluos detectives fabricados en serie por la industria de Hollywood? ¿Acaso la sin par Marilyn Monroe no era una chica de Los Angeles rellenita y adornada de hermosas protuberancias? Mandemos de una vez por todas los prototipos físicos a hacer puñetas y seamos, gordos o delgados, nosotros mismos. Deberíamos hacernos insumisos de tanta manipulación de las arrugas y los michelines, sublevarnos contra la guapura obligatoria. Podemos conseguirlo. Aznar es feo y ha ganado las elecciones. |
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EL PASO (josé marzo) | ||
La caída La frontera que separa la salud de la enfermedad es muy tenue. Podría decirse que no existe, que la salud es un modelo ideal y que en realidad el estado natural del organismo vivo es la enfermedad, en distintos grados. Si uno escucha sus pulsaciones, al cabo de un rato percibirá una pequeña arritmia, producto de un desajuste, o remedio de un desajuste, pero en ambos casos un síntoma. Es una disciplina no apta para hipocondriacos: escuchar nuestras arritmias (la hinchazón de nuestras extremidades tras una jornada de trabajo, las pequeñas varices que la fatiga produce en nuestros pies, las oscilaciones de nuestra temperatura corporal). Pero mucho más difícil es escuchar las disfunciones de nuestra mente. En este caso, el síntoma no es el ruido, sino su atenuación. Algo comienza a fallar cuando, incapaz de resolver un problema, recorres una y otra vez el mismo camino en el laberinto, para acabar abocado al mismo callejón; cuando giras y giras las mismas ideas como un disco rayado. Las calles, rebosantes de personas y de luces, te parecen vacías, y no encuentras palabras para expresar pensamientos que apenas se esbozan. No sólo no hallas los sencillos argumentos para rebatir un lugar común, sino que ni siquiera lo deseas. Acabas perdiendo la ilusión de la solución, pues el problema te parece vano. En su estado extremo, el silencio se impone. Has caído. Ya no escuchas la armonía disonante de la vida y no sientes compasión ni desprecio, placer ni dolor. En ningún sitio he leído reflejada esta quiebra mental con tanta exactitud como en The crack-up, la introspección literaria de Scott Fitzgerald. No sólo porque la describa con términos precisos, sino también porque su estilo carente de brillo y tensión, desilusionado y tosco, pero con el sabor rudo de lo cierto, la demuestra por sí mismo: Me encontraba de pie a la hora del crepúsculo en una extensión desierta, con un rifle descargado entre las manos y sin donde disparar. No hay problemas, simplemente un silencio con sólo el sonido de mi propia respiración. Deberíamos estar atentos a las disfunciones de nuestra mente, al disco rayado de nuestros pensamientos, a la música monótona que se atenúa y precede a la quiebra, el silencio. Detente. Cierra los ojos y respira. Llora si puedes. Es hora de descansar. |
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Mayakovski, abril, año cero (Enrique Gutiérrez Ordorika) | ||
14 de Abril, aniversario
La historia no contiene lo que sucede sino lo que se recuerda, por eso el canon que cierra el siglo es menos conservación que sepultura. Las momias se pudren al contacto con el aire y el aliento juvenil se abre paso repitiendo el misticismo del sempiterno parricidio al que se disfraza de prodigiosa novedad. ¿Todavía pasean por una plaza de Moscú que lleva el nombre de Vladimir Mayakovski? Malevich habría utilizado los tres ceros del milenio para pintar una nube en pantalones que delatara los bronces efímeros del recién llegado que ansía protagonizar un hallazgo asombroso. |
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Escritos (julia otxoa) | ||
La megafonía anuncia como en el pasado la venida triunfal de angeles cristalinos a la ciudad. Todo es mentira. La escasa edad de la luz sobre las heridas recuerda en esta tarde estridente de proclamas, que la brújula está rota, que la ciudad no existe y que todos nosotros, ellos lo saben, desde generaciones y generaciones hemos venido al mundo sin orejas
Permanecer en la inquietud, permanecer en la inquietud, no quiero ser sorprendida. Apaciento mi sombra en los lugares más inseguros del pensamiento. Oigo crecer mi osamenta cada día, mi infancia no ha terminado. No será desde luego hundiendo el tenedor en el corazón de las golondrinas como nos alimentaremos de libertad. El momento político de mi país me parece irreal, sus protagonistas tan solo malos actores de un tiempo rancio y antiguo en el peor de los sentidos. Como si el reloj de todos ellos se hubiese detenido, como si gracias a ellos tuviéramos la sensación de estar en una reducida habitación sin puertas ni ventanas, y nos faltara aire y tuviéramos que escuchar una y otra vez sus trifulcas, sus bravuconadas , su jerga de gente incompetente y no supiéramos a ciencia cierta si esa habitación en la que nos asfixiamos forma parte de un edificio, de una ciudad, o si por el contrario esas cuatro paredes están suspendidas en la nada. |
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Kosovares al borde de un ataque de serbios (luis arturo hernández) | ||
Desde que iniciamos las hostilidades contra Serbia, hace por estas fechas un año -hecho que parece estar conmemorándose con el acoso kosovar a la minoría serbia de la localidad fronteriza de Kosovarska Mitrovica-, más de un natural de aquella nación ha definido su empresa proclamado el proverbial Somos unos Quijotes. Y no parece ser menos QuijoTito ese Milosevic, hijo de la Gran Serbia, que no aspira sino a que la ya demediada extensión de su territorio no le sea jibarizada.
Olvidemos las razzias a la población serbia en Kosovo y demás repúblicas de la ex-Yugoslavia, tras la II Guerra Mundial, y convendremos en que este desafío de Milosevic, entre nazionalista y visionario, tiene mucho del envite de don Quijote. Si aceptamos que la información se ha convertido ya en supuesto táctico y medio logístico, deberíamos recluirnos en el terreno de juego de la ficción bélica. Y para ello, qué mejor que acudir a los clásicos, no a los contemporáneos-Kadaré, Andric o Handke- , con perspectivas parcializadas por la proximidad o las simpatías, sino al clásico español invocado por los serbios, Cervantes, paisano de Solana -de un Imperio en que no se ponía el sol-, cautivo en su día por unos arnautes -albaneses- renegados y que escribiera en su madurez la loca peripecia del hidalgo manchego. Fue inspiración divina la que movió a su Majestad, (...) -pues- no era bien criar la sierpe en el seno, teniendo los enemigos dentro de la casa declara en la obra de Cervantes, a propósito del decreto de expulsión de los moriscos -manifestación de limpieza étnica donde las haya- y para más inri, Ricote, miembro de esa minoría. Tras haber tentado al demonio -el soberbio serbio-, el albano-kosovar musulmán no tendría por menos que ver en este pogrom eslavo más que una prueba de Alá, una consecuencia de su particular guerra santa contra la ortodoxia enemiga de la Fe y una manifestación de la providencia en esa diáspora que parece dividir, ante los ojos de Occidente, a su población en deportistas serbios y albanos deportados. Atrás quedaron ya las guerras de Pentagonín del Arremangado Brazo contra el gigante Alifanfarrón-o el gran Mameluco de Persia, quizás-, Ladrón de Bagdad. En Europa, en el corazón de los Balcanes, la orden de caballería del Nuevo Orden Mundial protege a las viudas y huérfanos de la desamparada minoría musulmana y , sin haber sometido a su yugo al eslavo -bajo el disfraz del Caballero de la Media Luna de Bosnia-,arremete de nuevo contra él bajo la advocación del Caballero de los Espejuelos-ese secretario General de gafitas-, tras el que se oculta la rudeza y pragmatismo militarista de un Sansón Carrasco yanqui, mero bachiller de guardia. A las fuerzas de la OTAN -siglas con ecos de divinidad del panteón nórdico- la metátesis serbio-siervo se les ha trocado metástasis de refugiado albano-kosovar. Y entre esos contingentes de nómadas, los mejores asientos -los primeros billetes- tenían reserva para las familias selectas y las minorías más acomodadas. Es decir, fueron para los ricos de turno, peregrinos Ricotes a ricotes de los menesterosos. Y cabía preguntarse, cuando la Comunidad autónoma de Castilla-La Mancha se ofreció a repoblar los campos de Criptana y Montiel -tradicional reserva morisca- con mudéjares kosovares, al tiempo que se exprime con cuentagotas las oleadas de almohades y almorávides, si no convendría reubicar a algunos evacuados, y como de matutes, en esas ínsulas baratarias del flamante ministro de Asuntos Exteriores. En el 92, cuando Solana-a la sazón ministro- recorría Centroeuropa dispensando el parabién a los licenciados en paro que, reclutados en el banderín de enganche de Educación y sobreviviendo en condiciones económicas irrisorias, enseñaban en la lengua de Cervantes en tierras eslavas, cuentan que en un inhóspito gymnázium y a la pregunta, entre castiza y paternalista, de ¿Y qué queréis de España?en boca del titular ministerial, una de aquellas voluntarias españolas transterradas replicó con un sí es no es de socarronería: Pues, Señor Solana, unos calcetines de lana. Viene esta anécdota a cuento de la desbordada capacidad de ayuda humanitaria, que en estricta lógica -o logística- parece que tendría que pasar por el envío de un arsenal humanitario -los incautados últimamente, sin ir más lejos - como aperitivo para que la promocionada UCK vaya abriendo boca -o bocacha apagafuegos-, pese a que la campaña debiera serMenos misiles y más calcetines de lana, Sr. Solana. La lucha contra la limpieza étnica debiera arrancar de un depuración ética de los mandos de la OTAN que amenazaron con genocidio inverso, blanco y prístino, de un pueblo que se niega a la falsa etimología que hace derivar al eslavo del esclavo, bombardeando indistintamente Subotica - patria chica de Danilo Kis-, Novi Sad -la Atenas serbiay capital de Vojvodina-, o la camaleónica ciudad de Belgrado. Es difícil decir de qué lado está Belgrado -había escrito Claudio Magris en El Danubio-, aferrar la identidad proteiforme y la extraordinaria vitalidad de esta increíble ciudad que ha sido tantas veces destruida y tantas veces ha resurgido, borrando las huellas de su pasado.Hoy en día sólo puede estar de un único lado. Si Handke clamó en su momento Justicia para Serbia, la réplica parece ser de nuevo ajusticiamiento paramilitar auspiciado por la Venganza del Atlántico Norte, que trata de cavar una tumba para Slobodan Milosevic, haciendo de un Jardín, cenizasy escribiendo otra página de La enciclopedia de los muertos al compás de un reloj de arena mortal-por parafrasear los títulos de la Obra de Danilo Kis-. A semejanza del habsbúrguico -explicaba con visión histórica Claudio Magris-, el mosaico yugoslavo es hoy a un tiempo imponente y precario, desempeña un papel muy importante en la política internacional y tiende a frenar y suprimir sus propios impulsos disolventes interiores; su solidez es necesaria para el equilibrio europeo y su eventual disgregación sería ruinosa para éste -advertía este autor de Trieste-, como la de la doble monarquía lo fue para el mundo de ayer. Y así será. Aunque recortar Serbia no tenga como objetivo, ni siquiera, una Mediana Albania. La del alba/no sería, pues,cuando tras haber declarado el alto el fuego Milosevic, a lomos de su clavileño de cartón piedra, planearon sobre Serbia los coleópteros apaches haciendo aspavientos cual molinos al viento, entre las cortinas de humo de la prensa internacional, y las mujeres desplazadas en el éxodo de los kosovares -de alterne- vuelven a encontrarse -por parafrasear a otro manchego- al borde de un ataque de serbios.Lo contrario sí que hubiera sido como para quitarse la bosnia. |
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