Mintxo
Amistad y museo

(mintxo)

A una exposición colectiva llevé cinco cuadros.
Pinto cuadros donde fabrico imágenes que imagino.
Los que presenté en esta ocasión eran todos diferentes,
de los que se dice
de varias series, nunca he creído mucho
eso de equiparar la coherencia con la reiteración.

De hecho poco tenían que ver entre sí los trabajos de los
artistas que allí estábamos (a mí eso me gusta, como me
gusta también lo contrario).

Recuerdo especialmente una obra (pieza) ajena que yo nunca
hubiera hecho –tal vez por eso la recuerdo especialmente-
no me gustaba, en un sentido estético. Ni comparto la
práctica artística
conceptual-objetual de su autor.
Pero aquella obra de arte, tenía mucha miga.

Era un juguete pequeño, un muñeco de esos de niños que les das
cuerda y se mueve. Este
elefantito de peluche a pilas, movía
las patitas y la trompa. Estaría pensado para parecer tierno.
El artista, simplemente le había dado la vuelta, estaba
puesto
patas arriba, y no provocaba ternura, ahí en el suelo
de una sala tan grande, y sin que nadie pudiera ni debiera
ayudarle. Sentí que lo entrañable de aquél objeto removía
las entrañas del espectador impotente.
El significado tenía dada la vuelta
arriba
AMISTAD Y MUSEO (dido eneas)
Amistad y museo son dos palabras que en boca de cualquiera que no sea poeta ni artista no sirven para nada. La amistad todos sabemos lo que es y supone, sobre todo cuando cada día que pasa nos quedan menos amigos de verdad. Pero un museo, es de por sí una palabra férrea, estricta, casi de piedra, tan enredada en su definición y funciones que si nos detenemos a reflexionar sobre la cuestión, podemos estar un día entero hablando y discutiendo para seguramente, como en casi todas las cuestiones relacionadas con el arte, no llegar a ninguna conclusión.

No obstante estas dos palabras tan sencillas y asimilables cuando cada una va por su lado, se convierten en un algo enigmático si se juntan en un solo significado. Siempre me ha sorprendido que por cada museo provincial o nacional existan un grupo de amigos de tal o cual museo que se reúnen para no sé qué cosas. A decir verdad cuando mencionan eso de los amigos de tal o cual museo me viene a la cabeza a más de un desesperado con ganas de viajar acompañado con el pretexto de la cultura y la visita a un museo de otra ciudad bajo el brazo, como a tantos otros aficionados de la cosa esa del arte que no tienen otra cosa en que pensar.

La verdad es que ahora que existen tantas ONGs de esas es normal que existan también tantos amigos y amigas de tal o cual museo. Además como estas cosas relacionadas con el ocio dan para mucho, sobre todo si es un museo de una ciudad de provincias, seguramente tendrán tiempo a editar una revista, viajar con deseos de aprender y culturizarse sin ánimo de lucro, y hacerse más y más amigos entre tanto. Los amigos de tal o cual museo deben ser como los socios de un ateneo o los miembros de una logia semiclandestina a juzgar por la poca repercusión que tienen las actividades del museo y por la escasa incidencia e influencia en el tejido social de sus programas y devaneos culturales, y por lo demás siempre queda bien eso de decir soy un miembro, honorario o no, de los amigos de tal o cual museo.

Me los imagino como los burgueses ociosos de antaño, reunidos en sus casinos y tertulias mientras fuman un cigarrillo tras otro. Me los imagino creyéndose a pie juntillas lo de pertenecer a una élite que dispone del más moderno de los conocimientos, a una minoría que reivindica casi una ciencia eterna que nadie ha sido capaz de explicar, eso que casi todo el mundo entiende y define como arte. Y me los imagino, hablando de lo mismo, discutiendo de lo mismo, publicando lo mismo con otras palabras, siendo en otras palabras siempre los mismos.

En suma, una especie de defensores del mundo del arte que no tienen tiempo para aburrirse con otras veleidades o cuestiones terrenales. Un grupo de amigos que reivindican, quizás junto a la poesía, la cultura más marginal o elitista que reivindicar, hoy en día, se pueda. Un juego serio entre mayores, que como niños, son capaces de inventarse cualquier cosa con tal de no aburrirse. Ociosos como son con cualquier pretexto para hablar y sorprenderse con las cosas de los artistas, una manera de creerse algo parecido a unos mecenas sin dinero a expensas de las instituciones públicas y privadas. Una especie de fanáticos del arte, que yo creía en extinción, casi como los museos, pero que sorprendentemente se prodigan en casi todas la ciudades donde la cultura importa bien poco.
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