Los textos de esta página pertenecen a un libro inédito de Pedro Ugarte titulado Materiales para una expedición, concebido y prolongado a lo largo de casi dos décadas de obstinadas condensaciones literarias. |
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MATERIAL DE JULIO 2000 | ||
4. PALACIOS
Es como si cada uno de nosotros fuera un palacio de infinitas habitaciones. De él se abren al exterior cientos de ventanas. Fachadas fastuosas contrastan con otras devastadas por los incendios. A su estructura pertenecen amplios salones y también bodegas húmedas y oscuras. En sus paredes cuelgan tapices y magníficas pinturas, pero también oculta corredores ya tapiados donde hace tiempo se cometieron crímenes horribles. Hay en él una capilla iluminada, y una sala destrozada donde aún permanecen los restos de una orgía: copas derribadas, esperma y sangre resbalando por las paredes. En el palacio hay silencios y murmullos. Hay desvanes donde la memoria acumula miles de objetos rescatados del olvido. Hay fríos zaguanes y vitrinas llenas de porcelanas diminutas, despensas repletas de incomprensibles artilugios, cachivaches que no sirven para nada. Por supuesto que mucha gente conoce ese palacio. Es tan grande que quienes viven a su alrededor no podrían ignorarlo. Pero unos apenas atravesaron el vestíbulo. Otros tan solo lo imaginan, apoyados en la verja del jardín. Otros accedieron por la ventana a una habitación cerrada con llave. Otros sólo mancharon sus pies en la carbonera. Hay demasiadas ventanas, demasiados pasillos, demasiadas estancias olvidadas. Unos querrán juzgarlo por un insignificante adorno que vieron en el techo. Alguien que apenas recorrió uno de sus pisos ignorará el resto del palacio. Quien contempló la capilla adivinó un indudable dogmatismo. Pero quien sólo registró una habitación repleta de obscenidades tiene también formado un juicio sumario acerca de su propietario. Se abrieron muchas de las ventanas, y nunca se abrieron para los mismos huéspedes. A menudo se sufrió la insolencia de groseros invitados. Pero también hay cuartos candados a los que jamás ha entrado nadie, cuartos donde yacen olvidados bellas estatuas y monstruos lentos y viscosos. Hay cuartos (y hay lechos) que conocieron un solo invitado, y habitaciones de convencional decoración que más o menos todos frecuentan. El propietario del palacio se sorprende de que a veces le juzguen por el estado de las cuadras, o por el entresuelo, o por una viga carcomida. El también podría aducir en su favor ciertas cortinas que cuida con esmero, o la luminosidad de la solana. Nadie podría hacerse una idea fiel de todo lo que hay en el palacio. Pero ¿quién soportaría un viaje tan largo, de manos del anfitrión, por sus desiertos y sus selvas? Ese viaje duraría toda una vida y aun así no sería suficiente. De todas formas, el propietario del palacio también confiesa que ni siquiera él conoce al completo el laberinto donde vive. Hay estancias que sin duda le pertenecen aunque no se hace una idea cierta de ellas, otras que le esperan con su puerta franca, otras, imaginarias, que sólo transita en sueños, otras que no hollará nunca. Todo esto le da miedo pero a veces (sólo a veces) le parece también una misteriosa forma de esperanza. |