LA FRAGILIDAD DE LA MEMORIA
Han pasado casi veinte días del acontecimiento por excelencia y en la memoria puede más el recuerdo de la porrusalda que guisaba en el momento en que vi las imágenes por televisión que la propia emisión en directo del atentado terrorista contra las torres gemelas. No es ninguna novedad. Algo parecido me ocurrió cuando pasaron por la pequeña pantalla los bombardeos norteamericanos a Belgrado o las matanzas de hutus a tutsis, por poner dos ejemplos recientes. Recuerdo con nitidez impresionante el aroma del conejo asado a la mostaza que preparé hace dos meses, el nombre del protagonista de la novela que leí la primavera pasada y, sin embargo, tengo que esforzarme para rescatar de mi memoria el número de inmigrantes fallecidos en el último mes cuando intentaban llegar a las costas andaluzas o canarias. Y me imagino que esta selección no es una originalidad de mi memoria, sino que es el fruto de miles de años de contemplación de desgracias, guerras, injusticias y otras calamidades producidas por la humanidad.
Fotografía: Pradip J. Phanse
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La opción por los buenos recuerdos es una de las características esenciales que han llevado al ser humano al lugar en el que se encuentra, que es la confirmación de ese viejo refrán que dice que el hombre es el único ser vivo que tropieza dos (infinitas) veces con la misma piedra. No es la anestesia de las nuevas tecnologías, sino la conclusión de una evolución genética que impide que el horror domine sobre otros estímulos externos, siempre con la colaboración de la factoría Hollywood y, antes, de los relatos de hadas, que no de los cuentos populares, donde sí se encontraba esa sabiduría de lo horrible.
Porque, de no ser así, ¿cómo puede haber quien defienda la respuesta armada que propone Bush junior bajo un epígrafe tan hipócrita como libertad duradera?, ¿por qué en Hiroshima o Nagasaki nadie ha celebrado la tragedia de Nueva York y Washington? Sólo esa consciencia de la propia fragilidad, ese pánico al horror, pueden explicar reacciones tan diversas e igual de estúpidas como la venganza universal que piden los norteamericanos, el respaldo servil de los europeos, o el apoyo interesado de los rusos que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, quieren sacar tajada del asunto y que les resuelva alguien lo de Chechenia (por cierto, algo parecido le pasa a nuestro querido Aznarín).
Y mientras tanto, Israel haciendo las suyas, ya se sabe a río revuelto, ganancia de pescadores. Una última pregunta, ¿son terrorismo sus acciones contra el pueblo palestino? ¿O las de Turquía contra los kurdos?, ¿o las de Marruecos contra los saharauis?...