M.Carmen Imedio

EN REALIDAD

Aquellas imágenes nos eran familiares. La situación que estamos viviendo desde hace unas semanas parece el argumento de una película que, precisamente por no ser real, se habría convertido en una de las más espectaculares del cine americano, como solemos llamar a lo que se fabrica en los Estados Unidos de América.

Lo ocurrido en Nueva York y Washington lo conocíamos en un mundo irreal que el cine ha recreado al milímetro; en muchos filmes hemos contemplado hechos similares a los que el 11 de septiembre se vivieron en las dos ciudades. Lo que diferencia estos acontecimientos y sus consecuencias del guión de una película es que aquí los extras que se supone han muerto, de mentira, en un ataque de los malos son, de verdad, personas a quienes un acto terrorista y suicida ha dejado sin vida.

Derivado de la singular personalidad de los ciudadanos y dirigentes estadounidenses, durante un tiempo no contemplaremos escenas cinematográficas en las que aparezcan las Torres Gemelas; ni siquiera se nos muestran los cadáveres de las víctimas físicas. Ahora la tragedia produce dolor y antes sólo era un espectáculo de efectos especiales. Es una realidad que habíamos olido de lejos en la pantalla y ahora respiramos en carne y hueso. Sin embargo, en nuestra inmadurez y relativa ausencia de instinto de supervivencia parece ampararse la censura de ciertas parcelas del desastre, que sólo pretende evitar nos topemos con la realidad más de lo estrictamente imprescindible y conseguir, dicen hacerlo en aras de nuestro propio bienestar, que sigamos viviendo realidades falsas e incompletas.

Primero supimos por qué fueron ésas las dianas del ataque. Luego intentamos comprender qué resorte, desconocido para nosotros, empujó a los pilotos de los aviones a entregar su vida por una causa. Durante un segundo hicimos más caso al supuesto orden mundial que a nuestra esencia, y superamos todos los límites llegando a justificar la muerte porque los escenarios de la destrucción eran, casi por primera vez, ciudades estadounidenses. Atribuimos la llegada del Apocalipsis al destino, aparente anunciador de que los dos edificios más altos de Nueva York iban a ser uno de los objetivos del atentado, perpetrado por objetos cual aves convertidas en fuego.

Ojalá al final sepamos llevar a los responsables de estos actos ante la justicia para que la respuesta al terrorismo no sea también terrorista.

El cine ha encumbrado a los Estados Unidos de América como protagonista de muchas historias. También nosotros manejamos la cámara y enfocamos nuestro punto de vista en una única dirección, al tratar como líder del mundo a un país que hace y deshace a la primera de cambio en espacios ajenos que el interés económico hace suyos. Ahora podemos dejar de mirar así. En realidad, estamos a tiempo de construir con materiales menos tóxicos edificios menos elevados y más fácilmente abordables por parte de los equipos de salvamento, aunque ello suponga no ingresar el dinero correspondiente a la venta de los pisos que dejaremos de construir a lo alto. Podemos no hacer negocio con el desastre dejando de vender a 2 ó 5 dólares souvenirs en forma de tarjetas y camisetas con fotografías de las Torres Gemelas en llamas. Y arrinconar la petición gubernamental de arriar la bandera durante unos días, no considerando el no arriarla como una desobediencia, pues una petición sólo puede ser desoída, no desobedecida. No podremos encontrar nuevas actitudes si despreciamos la existencia humana, o si quienes las buscamos sólo somos capaces de poner en práctica una única actitud, un pensamiento único, una defensa de la propia ideología cueste lo que cueste, aunque lo que cueste sea la vida.

Fotografía: CNN