EL TERROR MANDA
Va a costar lo suyo que volvamos a ver un espectáculo tan grandioso como el ataque terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York y su posterior desplome, símbolo del desplome de tantas otras cosas que parecían inamovibles. Todo programado para que fuera presenciado en vivo y en directo por casi el mundo entero. Los terroristas islámicos no sólo hundieron la confianza y la seguridad del mundo occidental, la pequeña soberbia de todos nosotros, habitantes del, digamos, lado poderoso del planeta. Además les fastidiaron, y bien, a los cineastas de Hollywood. Porque ya no habrá película alguna que iguale lo visto el pasado martes, 11 de septiembre de 2001. La historia del cine también se hundió en ese instante. Ya no valdrán reconstrucciones cinematográficas de los hechos, ni falsos guiones en que los agentes norteamericanos consigan detener a última hora la catástrofe. La catástrofe ocurrió y lo vimos. Todo el sistema de seguridad de los aeropuertos falló estrepitosamente, nada ni nadie pudo detener los acontecimientos y miles de personas murieron sin llegar a comprender lo que sucedía. Lo único que quedó demostrado, y bien demostrado, es que el orden del mundo, el que nos separa del desorden, la confusión y el caos, puede ser sacudido en un instante por cualquier grupo de fanáticos que decida realizar una masacre. Nadie está seguro en ninguna ciudad, nadie puede a partir de ahora mirar al cielo sin sentir una cierta desazón. Da igual que ahora Bush se convierta en ángel vengador y bombardee media docena de objetivos militares o cuatro casas de barro de alguna ciudad árabe habitadas por culpables o inocentes. El daño está hecho. Las Torres Gemelas y el Pentágono podrán reconstruirse, pero la memoria es terca. Lo que una vez cayó puede volver a caer.
La única manera de vivir presuntamente en paz sería aislarnos en guetos, por afinidades culturales, raciales, religiosas, ideológicas. Colectivos donde todos los elementos piensen igual, en una especie de endogamia intelectual. Encerrarnos dentro de nosotros mismos, levantar tabiques a todo lo distinto, diverso, plural. Y eso supondría prescindir de la civilización. Prescindir de la comunicación, del contacto entre razas, culturas y opiniones. Sinceramente, antes de eso, de una vida segura pero monocorde y vacía, es preferible correr el riesgo del caos y la barbarie.
Precisamente las causas que empujan a unos seres humanos a convertirse en terroristas suicidas, capaces de sacrificar su vida con tal de causar daño a los demás, tienen que ver con la cerrazón y el aislamiento intelectual en que han degenerado sus ideas o sus religiones, convirtiendo a todos los demás en enemigos. Y las imágenes que nos brindó la televisión de los palestinos, mujeres, hombres, niños, celebrando en las calles con alborozo la masacre, son quizás más horrorosas que el propio acto terrorista.
Ni King Kong, ni Godzilla, ni mucho menos un ficticio ataque marciano del espacio exterior. Manhattan tembló ante la cruel realidad del terrorismo humano. Hasta nuevo aviso, el terror manda.
Fotografía: CNN