david méndezY en el principio era el verboSi nos remitimos a lo que los manuales de lingüística general y antropología afirman, la recursividad es una característica lingüística tan básica y universal como la capacidad de lenguaje misma. Es recursivo, según estos mismos manuales, un procedimiento que se puede aplicar sobre el producto de sí mismo. Un ejemplo en la sintaxis del español, de donde podríamos extraer otros muchos, es la formación de complementos de un nombre a través de una preposición. Así un sintagma como el séptimo puede formar un complemento nominal en una construcción como la vecina del séptimo, y esta a su vez, aplicándole el mismo procedimiento, puede ser convertida en la hija de la vecina del séptimo, y esta a su vez, en el novio de la hija de la vecina del séptimo, y esta a su vez, en el trabajo del novio de la hija de la vecina del séptimo, y así hasta el final de nuestros días, porque este procedimiento, como los lingüistas y las porteras saben, sería infinito si no viniera siempre la muerte a dejarnos con la palabra en la boca. El mecanismo propuesto sólo podría ser usado plenamente, dada su naturaleza infinita, y por tanto metafísica, por un hablante también eterno (que no inmortal, que como cualquier buen estudiante de secundaria sabrá quiere decir que no muere, mientras que a lo eterno se lo supone sin principio ni fin, es decir, fuera del tiempo y sus ritmos, por mucho que a nosotros, mortales y finitos, estas florituras nos acongojen). Tal hablante hipotético podría pronunciar, pues, una frase sin principio ni fin y, por tanto, doblemente inconclusa en cualquier momento. Y si tal hablante hipotético quisiera ser el Dios judaico que todo lo creó en una amena charla con la nada, tal vez esa frase que rueda y rueda desde siempre y hasta siempre, no sea más que este nuestro mundo, tan fragmentario, absurdo y repetitivo como una frase demasiado larga compuesta por una combinatoria recursiva de balbucidos. ¡Dios quiera no callarse! Esta teoría, esencialmente falaz y plagiaria, pero no carente de cierta belleza, desvela si se observa en calma, no obstante, la verdad palmaria de una parte de la composición humana: somos palabras y tiempo. Tiempo para decir nuestras palabras. Palabras para escanciar nuestro tiempo. |