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enrique gutiérrez ordorika
Los rostros de la máscara
El mundo pasea una máscara en la que cada mañana se le pinta un rostro diferente a esa apariencia mediática que llamamos realidad, y que nos abastece de las imágenes y los comentarios que luego propagamos como si fueran testimonios directos de las cosas que dicen que pasan. Aunque, según algunos, ya no pasa nada , porque la historia se habría terminado felizmente con el siglo recién concluido, y nos habría dejado en herencia un escenario en el que el dramatismo de los temas pendientes sería un simple divertimento teatral.
Los actuales directores de escena del "acontecer" han sustituido el didactismo de Brecht por las lecciones de Fukuyama y en su cabeza tienen siempre el decorado de una Verona actualizada, con capuletos y montescos reformados, retocando el parloteo final del príncipe, que ahora, en vez de recordar cosas tristes, cierra el último acto de Romeo y Julieta con un final feliz.
Y es que, caído el muro de Berlín y abolida la historia, se impone un único camino. Un camino que, a decir de los omnipotentes guías del G-7, conduce a la mundialización del happy end hollywoodiense. Ésta estaría dictada por el desarrollo de las nuevas tecnologías informáticas y telemáticas, la new ecoconomy neoliberal, el multiculturalismo y la llamada sociedad de la información; todos ellos conceptos y realidades a los que periodísticamente resume ese vocablo de moda que se conoce por Globalización.
Sin embargo, no deja de resultar sorprendente que en un proceso de dimensiones supuestamente tan amplias la exclusividad de la dirección se encuentre en manos de unos pocos representantes de los países más ricos del planeta. Representantes que, atendiendo a las necesidades de la puesta en escena de la obra, conformarían un pequeño club de Macbeth "bondadosos," asesorados por los "generosos" discípulos del Mercader de Venecia que gobiernan la OCDE, el FMI y el Banco Mundial.
Por eso a los que gustan de medir la exactitud de los discursos y todavía ven en la palabra globalización significados confusos, conviene recordarles lo que Humpty-Dumpty le dijo a Alicia cuando se la encontró al otro lado del espejo: "Cuando yo uso una palabra quiere decir lo que yo quiero que diga..., ni más ni menos." Ante las dudas expresadas por Alicia sobre si la cuestión era si se podía hacer que las palabras significaran tantas cosas diferentes, la respuesta de Humpty-Dumpty no pudo ser más categórica : "La cuestión es saber quién es el que manda..., eso es todo".
En efecto eso es todo, o al menos la clave que esclarece casi todo, y al joven Carlo Giuliani le costó la vida el que los reunidos en la Cumbre del G-7 decidieran ponerlo en evidencia en las calles de Génova, ante las miles de personas que se movilizaron en sus calles para protestar contra los efectos perversos de la política mundial de los poderosos.
Mucho ruido por nada dirá ahora el director de escena, queriendo echar mano de una comedia amable, llena de enredos Shakespeareanos, para distraernos del lamentable suceso, y atribuir la culpa de la sangre del drama a la imprudencia y al nerviosismo de algunos actores novatos que según él- debieran prestar más atención a las indicaciones de un apuntador deseoso de ofrecer titulares que reflejen el "rostro humano de la globalización". Pero las evidencias tienen su propio patio de butacas y la tragedia esconde más muertes detrás del telón, muchas más que las que puede producir la pistola de un enajenado carabinero, muchas más de las que publicitan los periódicos, aunque la violencia permanezca invisible y provenga de las decisiones que se adoptan alrededor de una mesa por unos funcionarios armados, aparentemente, con una simple corbata.
La historia se revuelve en su ataúd y exhala pequeños gruñidos por los minúsculos resquicios de la mortaja que le tapa la boca. Los datos demuestran que la actual concepción del proceso de mundialización ha conducido a que las diferencias de riqueza entre los países y, dentro de cada uno de ellos, entre sus diversos niveles sociales nunca fuera tan enorme. Según algunos estudios económicos, mil años atrás la distancia entre el país más rico del planeta y los más pobres era de 1,2 a 1. Hoy, esa desproporción entre acaudalados y miserables se eleva a la relación de 9 a 1, y continúa en una tendencia de crecimiento sin interrupción.
Los apologistas de la actual doctrina de la mundialización acusan a los participantes en el movimiento antiglobalizador de padecer de la misma ingenuidad que los obreros que a finales del siglo XIX abogaban por destruir las máquinas porque éstas les dejaban sin puestos de trabajo.
Aquella ingenuidad antimaquinista, sin embargo, no dejaba de ser el brote de la expresión de una incipiente toma de conciencia como respuesta a unas condiciones de explotación enormemente inhumanas. "Rugiré tanto como tú", dice Hamlet-. Y es que por mucho que hagan los hércules mediáticos para que la comedia ilumine el rostro de la máscara, "el gato maullará y el perro ladrará, mal que les cuadre".
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