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Desde dentro
mari carmen imedio
Divergentes, no mediocres
Soy un organismo híbrido, múltiple, un ensamblaje de elementos afines y dispares; por eso enseguida me pongo de acuerdo conmigo misma y también a la primera de cambio me contradigo. Observo desde el exterior las ideas que salen de mi mente y las veo errantes, constructivas, fanáticas, vírgenes, delatoras, correosas, mágicas, infernales, encendidas... Por seguridad tiendo a la coherencia que pueden proporcionarme la auto-limitación y la unicidad de pensamiento y acción, pero mi punto de partida, y también el de llegada, es la multiplicidad.
Soy de cristal.
No oculto las sensaciones, tan alejadas del estatismo y la uniformidad que parece debo llevar incorporados. A veces no puedo controlarlas y me dominan. La ira y la pasión, por ejemplo, son espejos eficaces: ante un arrebato, poco puedo disimular.
De hierro.
Alguna firmeza tendré que oponer a los intentos de manipulación que voy encontrando, y ¿hay mayor tenacidad que la de un metal como éste? Es el papel que adjudico a las creencias y a la fe a ojos cerrados de que echo mano. No puedo apoyarme en un trozo de plastilina. Al menos, que la base sea sólida. Luego resultará que la firmeza del hierro va acompañada de una sobredosis de maleabilidad, pero eso parece interesarme menos.
Y de piedra de playa.
Me dejo erosionar, soy fácil de marcar a fuego cuando algo penetra en mi realidad. Los hechos, las personas, todo deja su huella en mí. Reflejo lo que pasa en el mundo y busco despertar en él cuanto sucede en mí. Si una película me remueve internamente, les hablo de ella a los demás y si ellos aceptan sin más que ejércitos de todo el mundo recluten a medio millón de niños, decido si quiero callar o no. La infancia inició en mí un carácter que sigo rematando a estas alturas. Ahora, en la madurez, hay más posibilidades de que tome las riendas de mi modo de ser, de hacer, después de haber empezado a saber por qué soy como soy y actúo como actúo. En esta etapa ya puedo jugar con lo que han hecho conmigo, transformarme en lo que quiero. Pero siempre corro el peligro de no llegar, de darme media vuelta antes de tiempo.
Menos mal que es así. Si ningún ser humano se arriesgara, no existirían el retroceso ni los errores y aciertos; todo sería impecable. Si me quedara anquilosada en un metro cuadrado, el mundo se reduciría, porque sólo conocería el mío. Si todos los trabajadores tuvieran que acatar las normas internas de las empresas en que trabajan sin poder proponer alternativas, nadie querría trabajar en esas compañías. Si todos los guardas de seguridad fueran unos zoquetes, nadie sería guarda de seguridad. Pero no todos lo son, ni todos somos iguales, ni yo conservo hasta el final la envoltura con la que nací.
Por eso tengo muchos puntos de vista, tantos como caras componen mi figura geométrica y como cambios voy provocando dentro y también en el exterior. Cuando, hace años, me sentaba en un rincón del metro, establecía diferencias con los demás y mostraba que mi mirada sobre el mundo no podía ser idéntica a la de los adultos; ellos iban de pie o sentados, yo en el suelo. No somos convergentes ni siquiera cuando nos lo proponemos. Tendemos a la divergencia por naturaleza. Por eso tampoco somos mediocres.
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