Paseos desde Pragaelena buixaderasVolver a PragaVolver a Praga. Volver a Praga es volver a casa... Qué extraño... Ciudad de colores y de contrastes, de adoquines y frutales, de inusitada belleza a veces oculta bajo una pátina grisácea que va dejando el paso del tiempo y de tantos automóviles. Volver a Praga es encontrar siempre una ciudad distinta, un camaleón antojadizo, una amante voluble que flirtea con cada turista cuando se está lejos pero a la que siempre se sucumbe cuando se regresa. Volver a Praga es conocerla y comprenderla, dar la razón calladamente a Libuse y a sus profecías. Ahora resplandece vestida de otoño bajo un sol insólito, un sol perezoso para elevar más su arco celeste que se desliza acariciando los tejados de las casas, impregnándolas de un halo ambarino. Una lluvia áurea comienza a inundar los paseos de ríos que crujen bajo cada paso. Qué efímero es el otoño aquí. Quién sabe si mañana, tal vez pasado mañana, desaparecerán los colores, las hojas y los árboles tenderán sus brazos huesudos al cielo inclemente de ese invierno que acecha. Mejor no pensar en ello. Mejor dejar descansar la vista en las hayas y robles de sus bosques, en las ancianas de cabellos canos y ojos de agua que pasean bajo el calor del mediodía, en las dalias y caléndulas que visten de coloridos tonos los jardines antes de invernar. Embutidos en raídos chándales, con bastón en ristre y cesto en mano, avezados recolectores buscan los últimos hongos de la temporada semiocultos por el seco abrigo de hojas que va cayendo incesante. Esto es Praga en otoño. Todo está tranquilo, demasiado tranquilo, como si nada ocurriera. Aquí el tiempo se detiene y uno sólo sabe que cambia el calendario por lo que lee y oye y ve, pero no por lo que siente. Para percibir el paso de tiempo uno tiene que marcharse y volver. Sólo entonces se comprende esa metamorfosis que va modelando el aspecto de esta ciudad, dejando intacta un alma marcada con el estigma de ser el corazón de Europa . |