Mayo 2001

javier mozas

Diario sobre la memoria

Recuerdo 5: viernes 29 de setiembre de 2000

“(...) la memoria tiene distintas dimensiones, y la persona que recuerda, desde el momento en que elige la perspectiva, determina también el nivel de connotación emotiva de sus recuerdos, que no sólo se evocan y se relaboran, sino que se reconstruyen de un modo distinto según las necesidades, interpretaciones y estados emotivos.” 1

Lectura de un titular en el periódico: “Semprún defiende la necesidad de preservar la memoria colectiva”.
El periodista da la noticia del Encuentro Internacional del Libro de Sarajevo. Me acuerdo del libro “La escritura o la vida” de Jorge Semprún, sobre sus vivencias en el campo de concentración de Buchenwald, que leí en las vacaciones de verano de 1998. En aquel momento no me impresionó excesivamente. Ahora leo que su intervención, en una ciudad todavía marcada por la guerra, se convierte en una nueva presentación de este mismo libro escrito hace cinco años. No podría existir un mejor escenario. Lo sucedido en la guerra de Bosnia hace revivir al autor su historia personal y le impulsa a contar sus experiencias. La escritura se convierte así en testimonio que reclama una necesidad, la de la pervivencia de la memoria. La lucha contra el olvido reside en la trasmisión de los recuerdos.
El nivel de connotaciones emotivas de mis recuerdos también ha cambiado desde que leí por primera vez este libro. Ahora comprendo la fuerza moral que otorga la presencia, sin embargo, yo estuve en Buchenwald y no olí nada, sólo vi lo que quedaba, que no era mucho.
Las representaciones de objetos y hechos pasados, incluso las artísticamente elaboradas, tienen un poder de rememoración extraordinariamente intenso. La iglesia se ha servido de la iconografía para evocar escenas y situaciones próximas a sus intereses, a partir de imágenes religiosas y de percepciones de lo sagrado. Cuando san Ignacio de Loyola quiso que los fieles comprendieran perfectamente a lo que se exponían con la condenación eterna, les sugirió que imaginasen escenas de dolor y de sufrimiento, acompañadas del humo sofocante del azufre. Este debía ser un olor similar al de los tostaderos antiguos de pirita al aire libre en muchos pueblos mineros, algo parecido al infierno. A los pobres fieles contemporáneos de san Ignacio, este falso recuerdo les quedaba grabado en su memoria. De esta manera, estaban en disposición de comprender a qué situación desagradable les podría conducir una vida de pecado.
Creo que la profundidad del olor como recuerdo no es comparable a nada. Aunque es cierto que la mayor parte de la dimensión subjetiva de nuestros recuerdos proviene de imágenes visuales, la pervivencia de los recuerdos relacionados con una emoción y con los otros sentidos, diferentes al de la vista, tiene una duración que se prolonga largamente en el tiempo.
Yo estuve en Buchenwald y no olí nada. Pude ver lo que quedaba: las trazas de los barracones, la puerta de entrada, algunos edificios, el museo, el crematorio reconstruido y los mismos bosques, los mismos bordes del bosque de la colina del Ettersberg que vivió Semprún.

Notas
1 Alberto Oliverio. La memoria. El arte de recordar. Psicología. Alianza editorial. Madrid. 2000, p. 26. Primera edición L’arte di ricordare. La memoria e i suoi segreti. R.C.S. Libri S.p.A. Milán. 1998

Javier Mozas
Arquitecto
Director de la revista de arquitectura "a+t"
www.aplust.net

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