Mayo 2001

Fascinantes metamorfosis

guillermo unzetabarrenetxea

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Cambiamos a las cosas que nos cambian que cambiamos. Decía Heráclito que un hombre no puede cruzar dos veces el mismo río, porque la segunda vez ninguno de los dos son el mismo. Un geólogo diría que las nubecillas de barro que los pies han levantado en el lecho son erosión: el pobre no se da cuenta de que también el alma del viajero es ahora más húmeda. Julio Cortázar nos cuenta la historia de un periódico que, al terminar de ser leído, muere en un cadáver de hojas secas que el viento agita, entonces alguien lo coge y resucita en periódico hasta que vuelve a morir de lectura y las hojas secas son otra vez abandonadas en un banco de un parque. Podría habernos hablado también de lo que decidieron hacer los lectores al conocer las noticias, pero nos dejó imaginarlo.

Conocí a uno que sólo hacía buena letra después de haber mordisqueado el bic. El boli, agradecido por las tiernas caricias a su sensible metacrilato, también escribía mejor. Mi vieja bicicleta trataba lealmente de impedir que nadie la pedalease haciéndose incomodísima para todos menos para mí. Debe de ser un hábito común entre bicicletas, porque también me resultan incómodas las de los demás. Bebemos en casa en un vaso sucio, pero fuera preferimos siempre uno sin estrenar. Hace unos días ví unos pantalones sobre un seto: el viento debía haberlos traído desde un tendedero. Estaban recién lavados y parecían de mi talla, pero la idea de cogerlos me provocó un rechazo suave y lento, algo así como el vértigo de lo desconocido en pequeñito ¿Serían mis miasmas y los de mis pantalones recordándome que ya eran amigos y que no fuese a traerles desconocidos?

En la misma esquina está el mismo músico tocando la misma canción que nunca es la misma, y los mismos y otros peatones lo ven o no lo ven. Dormir en sábanas limpias y recién planchadas tiene un poco de la alegría del reencuentro con un amigo al que no vemos hace tiempo. Y casi nadie duerme bien en una cama eventual, aunque sea más confortable, más grande y de almohada más mullida: el gusanito peludo que se escapa de nuestros sueños para hacernos cosquillitas en la espalda no encuentra el camino para comer sus pelusas favoritas, y vuelve enfurruñado a su madriguera.

Para que luego vengan salvapatrias a decirnos que las cosas tienen que ser como ellos dicen…

Guillermo Unzetabarrenetxea
Fotógrafo
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giller@euskalnet.net

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