Mayo 2001

enrique gutiérrez ordorika
La primera primavera del milenio

Maiakovski, un poeta futurista del que ya poca gente se acuerda, llamaba a celebrar la primavera y desesperado acabó disparándose al corazón. Otorgaba un valor a la ilusión por encima de los cúmulos de las múltiples miserias cotidianas que sembraban los maximalismos que bullían a su alrededor y no pudo soportar la quiebra moral de una sociedad por la que había trabajado y que un círculo de burócratas se empeñaba en construir sin ninguna humanidad.

El pasado 21 de marzo, y sin que apenas nos diéramos cuenta, comenzó la primera primavera del nuevo milenio. Algo así como una primavera entre primaveras con la que muchos, en el siglo pasado, soñaron –como se sueña casi siempre el futuro- pensando que traería tiempos mejores. Por lo que llegada esta fecha, me pareció que podía resultar interesante tomar cierta distancia de esta agobiante realidad cercana en la que no hacemos más que indignarnos y darle vueltas al ombligo, y ojear los periódicos para descubrir cuáles son las increíbles maravillas que el presente anuncia por el mundo.

El panorama, sin embargo, no destila demasiados optimismos. Los talibanes, siguiendo el edicto de su líder, el mulá Omar, contra "los dioses falsos" y "los ídolos de los infieles", convierten en polvo las dos grandes estatuas de Buda que habían sobrevivido 15 siglos en el valle de Bamiyán. Los representantes de los pueblos indígenas, que llevan viviendo en Méjico mucho más tiempo que las estatuas y que llegaron a la capital tras una larga marcha de 3000 kilómetros para reivindicar la dignidad, son acusados de taparse la cara por los que llevan décadas tapándose los ojos para no ver su situación.

El recientemente elegido presidente norteamericano, George Bush Junior, genuino representante de los lobbys petroleros tejanos, anuncia que EE.UU. incumplirá los acuerdos firmados en la conferencia de Kyoto sobre la limitación de la emisión de materias contaminantes a la atmósfera y, apoyado por los grandes trust de la industria armamentista -que siguen añorando los grandes beneficios de los tiempos de la "Guerra fría"-, reabre el viejo programa de la Guerra de las galaxias (Star Wars), que tanto gustara en las anteriores administraciones republicanas y que, tras su título hollywoodiense, amenaza con reeditar una espeluznante carrera de armamentos que contempla la militarización del espacio exterior.

En la franja de Gaza, los gobernantes israelíes que dirige Ariel Sharon, dando la espalda a los acuerdos de paz firmados en Oslo, se emplean con la misma saña que, en otros tiempos, emplearan con ellos los dirigentes nazis en una cruel represión que ya ha causado centenares de bajas entre la indefensa población de sus parientes palestinos.

A casi dos siglos de que se proclamara la abolición de la esclavitud, del golfo de Guinea siguen zarpando buques cargados de niños esclavos como los que emplean en algunos lugares del tercer mundo multinacionales como Nike o Addidas para abaratar los costes de fabricación de las zapatillas que luego anuncian famosos deportistas como Patrick Kluivert o Michael Jordan. Según un reciente informe de las Naciones Unidas, en la avanzada era de la televisión por cable y la tecnología digital la pobreza ya ha alcanzado a un 80% de la población del mundo.

Se podría seguir enumerando, pero esto no haría sino corroborar esa desesperanzadora afirmación de E.M. Cioran en la que se dice que porvenir y milagro hace tiempo que dejaron de ser sinónimos y que el eclipse del mito del progreso es la mayor y más genuina aportación de nuestra época.

Las evidencias indican que el viejo lema de avanzar a cualquier precio nos conduce hacia el horror más tenebroso. Sin embargo, el que la certeza del paraíso ya no se encuentre en el porvenir y el que hayamos descubierto que el sueño de una sociedad mejor se ha convertido en la hipótesis de un anhelo improbable, no anula la validez del primitivo impulso de la lucha por la supervivencia, tan sólo traslada los acentos. No importa tanto que los pasos de este llamado progreso nos aproximen a la colonización de Marte o de la nebulosa de Andrómeda, lo decisivo sigue siendo la conmemoración de la primavera o -como decía W.B.Yeats- cuánto avanzamos en cada paso en humanidad.

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