ARCO: Sus patologíasinés matuteEl acontecimiento artístico más importante del mercado nacional a mi juicio de un tono más jacarandoso que profesional- clausura su vigésima edición con lo que mis gargantas profundas definen como un aceptable volumen de ventas, un éxito de participación, un discreto invitado de honor (el Reino Unido: tres comisarios, 21 galerías de propuestas radicales, dictadura londinense) y un gran defecto: la feria sigue sin encontrarse la voz. 170.000 visitantes en la pasada edición, más de dos mil periodistas especializados registrados, 274 galerías - 105 españolas- 16.000 metros cuadrados de exposición sin contar con el open space y el más selecto elenco de galeristas, críticos de arte y coleccionistas, convierten a ARCO en la feria de arte más visitada del mundo, muy por encima de los tradicionales certámenes de Basilea o Chicago. Si bien en sus inicios los mayores méritos de la feria fueron catapultar a unos cuantos artistas emergentes hacia las más altas cotas de la anécdota a base de hinchar precios, ayudar al masivo blanqueo de dinero abriendo nuevos mercados, favorecer el coleccionismo de empresa selecciones hijas de muy aleatorios criterios- y situarnos en el mapa de Europa precisamente en un momento los vacuos ochenta- en que nuestra máxima aspiración era sentirnos europeos, cabría preguntarse cuál es el papel de ARCO a las puertas del nuevo milenio. ¿Aspiramos acaso a convertirlo en mera plataforma de debate de la transvanguardia o en un mercado en el que sacar tajada del pánico al Euro? ¿Tiene sentido mantener la feria viva a través de subvenciones cuando el mercado nacional no tiene capacidad para afianzarla por sí solo? Entre compradores inseguros, galeristas timoratos o simplemente desorientados y artistas que se comportan como tigres domesticados, difícil será que este circo triunfe en sus tres pistas. O que no le crezcan los enanos. Lo bueno de la lealtad a ciertas ideas o a ciertas experiencias en el medio artístico es el reencuentro con las viejas glorias de los ochenta, Navarro Baldeweg en la Marlborough y Scully y Broto en la Carles Taché. Sicilia, siempre un regalo para los ojos, esta vez apadrinado por la francesa Chantal Crousel. Y para que la fiesta sea completa, García Sevilla del brazo de Miguel Marcos y Palazuelo junto a Soledad Lorenzo. Si lo que se buscan son piezas de museo, mejor acudir directamente a la galería Gmurzynska, en donde podremos encontrar algún Picasso, Miró o Malevich. La pintura, cargada de sugerencias narrativas y de aspiraciones metafísicas, tiene su santuario en My names Lolita. El patriarca de los neometafísicos, Dis Berlin, nos sorprende esta vez con un hermoso Desayuno Celeste que nos ayuda a sobrellevar el sensacionalismo barato de unos cuantos artistas que han parecido encontrar filón en la explotación de los ideales kitsch del mundo de la moda. Las fresas de punto de Ana Laura Alaez - ¿paradoja conceptual?- me parecen simplemente cursis, tanto como los capullos de aluminio de Susy Gomez, más acertada en otras obras y momentos. El Cutting Edge, que es la parte más moderna y rompedora de ARCO, cumple con su obligación vanguardista con más pena que gloria, radicando toda su novedad en los soportes: instalaciones y artilugios informáticos al servicio de seis proyectos de entre los cuales sólo me atrevo a destacar el de los creadores chinos, cuya obra es una crítica al consumismo y una dudosa apropiación de la cultura popular. |
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