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Miradas
guillermo unzetabarrenetxea
Las ideas que nos hacemos sobre lo que no conocemos son juicios previos, prejuicios. Positivos o negativos: no nos atrae Hong Kong, que no conocemos; o nos fascina Hong Kong, que nunca hemos visitado. ¿Por qué viajamos? Para comer y beber más barato y en mejor clima; para desconectar de la rutina; porque lo ha hecho el vecino y no vamos a ser menos; para conocer lugares y gentes, aprender y disfrutar de ellos; por orden del jefe para contactos que no nos apetece hacer
o sí; para mirarnos en el espejo de otros y conocernos mejor.
La mayor parte de los europeos miramos a los africanos a través de tópicos y prejuicios: guerreros con azagayas y vestidos de vivos colores, tambores y bailes frenéticos en la noche, guerras insensatas, hambrunas pavorosas, calles caóticas y vehículos destartalados. Con desprecio abierto o simulado, o con fascinación por el exotismo, pero siempre con un celo misionero nacido de un sentimiento de superioridad cultural: primero había que salvar sus almas llevándoles el Cristianismo, después decidir el trazado de los ferrocarriles que recorren sus tierras, luego concederles la independencia, ahora mismo perdonarles la deuda externa y salvarles de las minas antipersona. Ellos siempre son el sujeto pasivo de nuestros planes: estamos sinceramente convencidos de lo que nosotros debemos hacer para acabar con el SIDA y con el paro en Africa. No les concedemos iniciativa, ni capacidad de análisis de sus propios problemas. Pero la tienen, y la usan bien o mal, como nosotros (¿Son sensatas nuestras guerras?¿Hemos acabado con el paro y con el SIDA?¿Qué calles son más caóticas, las de Madrid o las de Dakar?). Las minas antipersona son una desgracia y un crimen, pero Angola no está llena de minas porque haya europeos que las venden, sino porque hay africanos que las ponen. Si en Costa de Marfil hay menos analfabetismo que en Andalucía en los años 60 es por sus esfuerzos, no por nuestras limosnas.
Yo conocí en Senegal la Teranga, palabra wolof que significa hospitalidad, simpatía y cordialidad, todo a la vez. Y me encontré con unas miradas llenas de dulzura, inteligencia y dignidad. Miradas tan vivas y líquidas como para zambullirse en ellas. Miradas que comunican mucho más que muchas palabras. Y comencé a recoger con la Rolleiflex imágenes de las personas que me recibían o me acompañaban, escenas de ternura y vitalidad, retazos de los ratos que pasaba con ellos. Y sus miradas profundas de personas que saben qué quieren hacer con sus vidas tan bien como nosotros con las nuestras.
Los problemas de los africanos se resolverán en diez años, en dos siglos o nunca. Pero será por lo que hagan ellos, no como nos parezca a nosotros. Me conformaría con que más gente viese a más gente como yo la he visto. Hombres y mujeres y niños elegantes y bellos, altivos pero cariñosos, dignos pero cálidos, inteligentes pero humildes, hospitalarios y acogedores. Hicieron que no me sintiera extraño, sólo extranjero.
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