Junio 2001
El verano eternopradip j. phanse / txema g. crespoEl verano, como bien sabemos todos los afectados, más que una estación es un estado de ánimo. Se comienza asumiendo con placer las primeras erupciones primaverales en los años de la adolescencia, para acabar definitivamente instalados en ese espacio-tiempo donde no hay cabida para conceptos como los de trabajo, ocio, horario..., responsabilidad, en fin. Habrá quien nos llame pecadores, nosotros nos sentimos afortunados. En las imágenes tomadas por Pradip J. Phanse en uno de sus viajes (en esta ocasión, a Madeira) se respira ese espíritu estival que muchos de quienes lo han disfrutado no lo abandonan en el resto de su vida. Qué más da que el chapuzón sea en un puerto de mar que en un río de montaña, en un pantano o en una piscina de plástico instalada en un falso jardín. En todas esas ocasiones, la inmersión supone el abandono de esas obligaciones tan desagradables, características, por cierto, del invierno. No cabe duda de que mientras disfrutamos del baño adquirimos otras costumbres, no impuestas: mirar a las chicas (y viceversa) como si en cada ocasión la mirada descubriera Europa; buscar el cansancio hasta la extenuación en carreras interminables; reír y reír mientras planeas locuras imposibles; dejar que el sol exista sin bronceador. La enfermedad del verano se inocula (en su segunda acepción del diccionario de la Real Academia Española se dice de inocular: Pervertir, contaminar a uno con el mal ejemplo o la falsa doctrina) con facilidad, para espanto de madres y padres, tías solteronas y parientes del Opus Dei. Los abuelos, sin embargo, nos miran complacientes: algunos, con envidia sana; otros, confiando en que ya se le pasará al niño esa tontería veraniega que arrastra desde agosto y estamos en noviembre. Pero no hay que engañarse. Desde que uno descubre que el verano es un estado de ánimo, tiene claro que, aunque caigan chuzos de punta y la nieve alcance las rodillas, siempre habrá un momento para zambullirse en busca del tesoro de Neptuno, aunque fuera, en la calle, el termómetro esté por debajo de los 0 grados. Por cierto, si alguien quisiera conocer nuestro secreto, no tiene nada más que empezar a bucear. |