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Sueños de la caverna
alex oviedo
"Gary Cooper: el gesto impasible"
Gary Cooper entra en unos grandes almacenes para comprar una chaqueta de pijama. Sólo la chaqueta. El dependiente, desconcertado ante tal petición, consulta al encargado, éste al director y así hasta el propietario que descansa plácidamente y que concluye que aquello va contra las normas de los almacenes (pese a que él duerme sólo con la chaqueta). Finalmente, una joven (Claudette Colbert) aparece en la tienda con la intención de comprar un pantalón de pijama. Es el comienzo de "La octava mujer de Barba Azul" , de Ernst Lubitsch.
El cine americano ha encontrado las formas más insospechadas para comenzar una relación en el más puro "chico encuentra a chica". Y también para encasillar a un actor. Gary Cooper será siempre recordado como el sheriff oscarizado de "Sólo ante el peligro", el vaquero de "Veracruz" y "Tambores lejanos" o el médico de "El árbol del ahorcado". Fue precisamente su elegancia a la hora de montar a caballo y su altura la que dio pie a que este hombre (que hubiese cumplido cien años en mayo pero que murió el mismo mes hace cuarenta) se iniciara en el mundo del cine como especialista en películas de cowboys.
Pero hay en este actor de figura inabarcable, piernas infinitas y mirada huidiza mucho más que el recuerdo de sus westerns. Queda en la memoria sus interpretaciones como hombre lacónico, de aspecto honrado y fiel a sus principios de un par de películas con el maestro Capra ("El secreto de vivir" o "Juan Nadie"); o su papel de sargento pacifista que le valió el oscar en esa joya de Howard Hawks llamada "El sargento York"; por no olvidar su presencia en la almibarada "Por quién doblan las campanas", junto a Ingrid Bergman y con la guerra civil española de coartada. Y sin duda dos de sus mejores interpretaciones dentro de la comedia: la citada "La octava mujer de Barba Azul" y su papel de profesor atolondrado y caduco en "Bola de fuego", repitiendo con el director Howard Hawks.
Queda asimismo una forma de actuar, que algunos han catalogado de lo contrario: un modo de no actuar alejado radicalmente de métodos interpretativos que han dado luego histriones encarados y sin personalidad. Una manera de enfrentarse a la cámara en la que toda su significación pasa por la mirada, sin gestos ni aspavientos. O como decía otro actor inmutabe: son los ojos los que transmiten vida y sentimiento y dicen mucho sin decir nada.
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