Junio 2001

enrique gutiérrez ordorika
Una realidad literariamente inverosímil

Nuestra capacidad de sublimación para convertir lo ficticio en real y viceversa es, probablemente, esa cualidad que, muy por encima de la razón, nos confiere la estatura de seres humanos. Seres capaces de combinar estados de conciencia en los que lo representado y lo real se confunden en una relación dialéctica de la que beben, por igual, fenómenos que pueden ser tan diferentes como la poesía y el marketing.

Digo esto, porque esta fabulosa cualidad sirve tanto para alimentar el deleite artístico y el conocimiento, como para fabricar espejismos que fomentan la enajenación. Todos ellos, territorios fronterizos en los que convergen, de manera más o menos difusa, realidad y literatura; con la curiosa singularidad de que la literatura, siendo un producto de la imaginación, necesita siempre hacer un esfuerzo mayor para resultar verosímil.

Esto no significa que la literatura tenga que ceñirse únicamente a una imitación realista de lo que sucede -de hecho la fantasía es una magnifica surtidora de libros tan estimulantes como el Tristran Shandy de Sterne, Los viajes de Gulliver o Alicia en el País de las Maravillas-, sino que ésta deja al descubierto facetas ocultas de la realidad que nos muestran que bastantes cosas de las que acontecen en el mundo actual literariamente no sirven, resultan demasiado inverosímiles.

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Y es que en cierto modo –en un modo irónico-, el que la realidad parezca una sátira grotesca, que no sólo imita sino que supera a algunos subgéneros literarios en la inventiva de la farsa y la exageración, se ha convertido en algo característico de estos tiempos. Es como si lo literario, a pesar de contar con las poderosas armas de la imaginación y la fantasía, tuviera unos límites para el desvarío mucho más estrictos que los de la "seria" realidad. Dicho de otra forma, el mundo moderno sería más kafkiano que cualquier genial fusión narrativa que efectuara el propio Kafka entre el sueño y la realidad; y más absurdo que cualquier pregunta o cualquier respuesta que Beckett ideara para una nueva espera a Godot. Por supuesto que para afirmar que es más terrible no hace falta ningún tipo de comentario o demostración.

Anillos mágicos, dragones alados, inexistentes caballeros andantes, castillos encantados, fabulosos magos y princesas sirvieron en los comienzos del milenio anterior para ilustrar la letra impresa de la épica medieval y, paradójicamente, hoy en día, sucesos reales muy cercanos hubieran resultado literariamente inverosímiles si cualquier autor los hubiera novelado con tan sólo unos pocos años de antelación.

¿En qué sátira de los 80 se puede encontrar, en el papel de Presidente USA, un personaje más escalofríantemente cómico que un antiguo y acartonado actor hollywoodiense llamado Ronald Reagan? ¿En qué novela rosa o culebrón sentimentaloide de los 90 existe una chica, tímida y bastante simple, que llega a princesa y tras estrellarse en un coche, el narrador nos vende que su funeral provoca en la Inglaterra actual un número equivalente en emociones y movilizaciones ciudadanas al de la Inglaterra que celebró en 1945 la deseada capitulación alemana? ¿En qué relato de ciencia ficción un actual Julio Verne coloca a los ex-comunistas rusos poniendo en órbita a un multimillonario americano en el papel del primer turista espacial?

Meyerhold, uno de los padres de la escenografía moderna, era partidario de lo grotesco en el teatro porque afirmaba que lo grotesco impedía a la belleza convertirse en sentimental y permitía abordar lo cotidiano en un plano inédito, ayudando a que el espectador también pudiera meditar sobre lo inconcebible y, con ello, sobre los abundantes misterios que encierra la existencia. Hoy en día, Meyerhold tendría que alumbrar otra teoría, la anterior ya no sirve. Lo grotesco y lo sentimentaloide van de la mano, ocupando un lugar central en esa cotidianidad de aliento mediático en la que se vulgariza permanentemente la existencia; donde la obscenidad del poder se vale del cinismo para idolatrar una cultura del kitsch y del pasatiempo, dominada por la cursilería y la trivialidad. La pregunta es ¿cómo defenderse de la alienación en un mundo en el que la realidad parece cada vez más inverosímil?

Probablemente, uno de los caminos más modestos pero sin duda también, por su naturaleza imaginativa, más reveladoramente eficaz seguirá siendo el alumbrado por la literatura aunque sólo sea porque como sostenía el premio Nobel Joseph Brodsky "en la balanza de la verdad, la intensidad de la imaginación sirve de contrapeso a la realidad, y a veces pesa más que ella".

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