Junio 2001

Leer a oscuras

borja de miguel
Rostros de humo

Félix Romeo, uno de los escritores jóvenes que hace unos años protagonizaron el panorama editorial (Premio Ícaro de Literatura por su obra Dibujos animados), acaba de publicar su segunda novela: Discothèque. Actualmente es director del programa televisivo La mandrágora, dispone de página web propia y se ha podido hablar con él en un chat recientemente organizado por mundolibro con motivo de la presentación de su novela. Félix Romeo es un ejemplo de cómo hoy en día las fronteras de todo tipo están desapareciendo: la literatura se mezcla con la tecnología y con otros medios de creación. En su libro, los pequeños fragmentos localizados como escenas -en lugares y momentos concretos-, los bruscos saltos de unos personajes a otros, de unas historias a otras, y los títulos que encabezan estos fragmentos parecen tener referentes claros en el cine, el teatro o la televisión. Y es que nos guste o no, en un mundo intercomunicado y plural, el híbrido parece ser la fórmula que más posibilidades tiene hoy en día. De todas formas, con independencia del resto de disciplinas y actividades del autor, lo que aquí tratamos es su literatura, tan solo lo que las páginas de su último libro contienen.

Discothèque narra, digamos, la historia de Torosantos y Dalila Love –pareja artística en un espectáculo pornográfico que recorre las discotecas rurales-, y su representante, Lisardo Expósito. El padre de Torosantos, un excombatiente de la guerra de Ifni, ha apostado en una partida de cartas la vida de su hijo. Alrededor de este conflicto surge una muchedumbre de personajes que sin justificación alguna se inmiscuye en el libro. Esto no sería un problema –el propio Félix Romeo menciona a Baroja cuando habla de sus personajes secundarios- si estas voces se limitaran a llegar, contar una historia y desaparecer. Pero se nos habla de ellos, de su pasado, sentimientos e intenciones, se dejan situaciones abiertas… e inevitablemente se crean unas expectativas en el lector que en ningún momento son satisfechas: ¿dónde queda el hermano de Torosantos vendido al nacer?, ¿o DJ Pedro Leza y su obsesión por Dios? ¿y el sargento Benítez Muñoz y tantos otros? Más que fragmentos, incursiones o reflexiones que sirvan para desarrollar la historia o enriquecerla, parecen comodines que el autor se saca de la manga para tentar al lector y entretenerlo banalmente, dándole al texto una profundidad engañosa, de plastilina. Los momentos surrealistas injustificados –visiones, rostros de humo…- que, como los otros personajes, crean expectativas falsas, refuerzan esta sensación de engaño. Y es que el híbrido es efectivo, pero hay que hacerlo bien.

Para ser justos, hay que destacar, también, que en cualquier caso consigue recrear un ambiente peculiar y sólido: un Aragón que parece Texas, unas carreteras, discotecas y garitos, y un “zoológico” de personajes (a pesar del gran parecido de las voces entre sí, con una tendencia cargante a repetir hasta el abuso ciertas palabras) donde su historia puede desarrollarse a la perfección y avanza ligera. Porque no hay que olvidar el acierto de saber crear una novela fácil de leer que lleva al lector hasta el final cómodamente, con cierto gusto. Ahora bien, es inevitable preguntarse después para qué se han leído esas 217 páginas.

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