Leer a oscurasborja de miguelMichon, Rimabaud y otros poetasDesde la publicación de Vidas minúsculas (1984) -su primera obra y Premio France-Culture-, Pierre Michon es considerado como uno de los autores de referencia en Francia. Nacido en Cards, en 1945, este autor de provincias se ha mantenido siempre apartado de los ambientes literarios parisinos y en sus textos ha tratado de revivir a las pequeñas gentes de los pueblos. Algunas de sus obras son Vida de Joseph Roulin, Amos y siervos, El rey del bosque o La gran Beune. Y no digo novelas, relatos o prosas poéticas porque con Michon no es fácil hablar de géneros. Leer a Michon es entrar en un extraño viaje en el que no se sabe adónde se va pero que interesa. Como ya había hecho antes en Vidas minúsculas, Michon vuelve a utilizar datos biográficos y personajes reales para poblar sus ficciones y así crea una atmósfera en la que lo acontecido y lo no acontecido juguetean, lo demostrable se confunde con lo posible y lo imposible campa a sus anchas con gran credibilidad. Esta vez le toca a Rimbaud. En Rimbaud el hijo (1991) - recientemente traducida al castellano-, Michon nos presenta a un Rimbaud joven, nos lo presenta cuando todavía no es el renovador de la poesía francesa sino un simple ser humano a los ojos de las gentes. Sin embargo él le espía. Le sigue por los caminos de Charleville, por las trastiendas de París, por los pubs de Londres y nos hace pensar en un Rimabud accesible, semejante al resto de los mortales. Este narrador invisible descubre sus pequeñeces y debilidades pero paralelamente construye una imagen divinizada del poeta y lo enfrenta al resto de poetas de batalla, a los condenados a la segunda fila, dejando bien claro que al hablar de Rimbaud estamos hablando de otra cosa, y que ninguna contradicción será capaz jamás de nublar el brillo de este elegido. Sólo Verlaine, según la propuesta de Michon, parece aproximarse a la figura de Rimbaud, aunque siempre por debajo, siempre algo menos brillante que él. Como Michon dice en su texto, "era imposible que, en una única habitación de Camden Town, dos fueran al tiempo el verso en persona. Es algo que dos seres vivos no pueden compartir, una de las dos cantarelas tiene por fuerza que romperse. Y hete aquí que Rimbaud la pulsaba con más brío." Está claro. Para Michon, Rimbaud se convierte en el genio indiscutible del momento, pero lo interesante es ver qué es lo que hace a Michon escoger a Rimbaud y no a otro. Y es que en ningún momento es la obra del poeta la causa principal que le eleva al nivel de genio; sus poemas se mencionan casi anecdóticamente, de pasada, se les supone la calidad pero no son el origen de esta genialidad. Lo que realmente diferencia al poeta es su presencia, su pose, su imagen, la admiración que desprende la figura de un Rimbaud adolescente capaz de desafiar a los grandes poetas de su tiempo y anteriores. No queda claro, entonces, qué es antes, si la capacidad innata o la ambición de grandeza acuñada por el poeta, y este misterio alimenta la figura del genio. Y es que en el genio no tiene, quizás, tanta importancia la perfección -de su obra- como la percepción -que el resto de personas tiene de, en definitiva, una pose con algo real debajo. "Quienes los leemos no sabemos nunca si son perfectos o si durante la infancia nos soplaron al oído que eran perfectos, y también se lo soplamos luego al oído a los demás, y así hasta el infinito", dice Michon. Todas estas ideas van poblando el texto y, de poeta en poeta, la narración avanza fluida y sugerente. Sin embargo, casi al final del libro, en algunas frases que casi pasan desapercibidas Michon dice cosas como que la auténtica virtud del hombre de letras es la eterna reactivación de la literatura, que sólo les fue dada la lengua a los hombres tras la Caída o que la importancia de la emoción poética es imprimir cadencia a la lengua. Y aquí yo entiendo que lo que realmente interesa a Michon, por encima de Rimbaud y de cualquier genio, de apariencias y poses, es otra cosa: la palabra, la literatura, la escritura. Y que este libro de Michon en realidad no es más que su poética, su forma de entender la escritura, la exposición de los temas que a él le preocupan a la hora de escribir. Para ello utiliza a Rimbaud, a Verlaine, a Izambard, a Banville
; elogia a unos, desprecia a otros, crea constantemente jerarquías. El lector se empapa de estos personajes, se divierte y viaja pero lo que hay que saber es que, con todas esas ficciones y realidades entremezcladas, lo que realmente Michon está haciendo es hablar de sí mismo. |