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La poesía si es que existe
kepa murua
La poesía en el nuevo milenio
Antes de hablar de la promoción de la poesía en el cambio de milenio me gustaría decir unas palabras sobre la situación real de la poesía, por lo menos la que yo conozco, en España. En primer lugar constato que no tienen la misma incidencia un libro de poemas publicado por una gran editorial que uno publicado por una editorial pequeña. Es evidente que no me refiero a la calidad y la importancia de uno u otro, sino a la presencia ante la crítica y los lectores en el momento de la difusión y la recepción de los libros. También constato que existen libros de poesía editados por las instituciones públicas que apenas se difunden entre los lectores interesados. Si fuéramos honestos deberíamos mencionar por último al mundo de las revistas, así como el de los fanzines donde se presentan los jóvenes poetas, y que en otras palabras son el futuro de la poesía.
Como lector constato que existen libros junto a tantos experimentos que son parte de la poesía. Como poeta intuyo que los lectores no sólo tienen gustos muy diferentes entre sí, sino que cada uno entiende y expresa de una manera muy particular lo que es y cómo vive la poesía. Como editor noto que existen dos mundos de poesía bien diferenciados, el de la poesía oficial y el de aquella que se publica con un carácter minoritario o independiente. Como espectador constato que existe una poesía ligada a la tradición oral que apenas tiene una respuesta inmediata en la hoja impresa, así como que existe un espacio para la rapsodia que casualmente convive con la poesía popular, ambos por cierto con mucho éxito de público y crítica. Los planteamientos vanguardistas donde la poesía sonora o visual tienen un tratamiento serio y una divulgación profesional, son sorprendentemente inexistentes.
Si aceptamos que la poesía vive en un libro, se escucha en un recital, se enseña en las escuelas, se comunica con la palabra, se acompaña de la canción, nace con la última de las vanguardias y se multiplica en las revistas como un grito que apela a los nuevos tiempos, si aceptamos como digo que la poesía es todo eso y puede ser muchas cosas más, como que apenas tiene lectores, como que apenas se lee poesía, como que se publican demasiados libros de poesía, como que la crítica de poesía es casi inexistente, y que la poesía no es útil porque resulta incómoda y difícil para los lectores, y si aceptamos que su divulgación es casi imposible, que a las distribuidoras de libros apenas les interesa el género por su nefasta incidencia comercial, que las editoriales de poesía pasan por auténticas penalidades y que incluso los poetas apenas colaboran en la superviviencia de la poesia, podríamos decir por tanto que es preferible no hacer absolutamente nada para difundir lo que es imposible de difundir en una sociedad como la nuestra, que por lo general rechaza la palabra ligada a la memoria y al conocimiento que algunos nos atrevemos a definir como poesía.
Pero del mismo modo, podemos rebelarnos y aceptar que la poesía, siempre en crisis, es un mal menor que se adapta a cualquier circunstancia, no sólo para sobrevivir, como diría el poeta, sino para adueñarse de un espacio que tarde o temprano influye en el mundo de las ideas, del gusto, y el de la sensibilidad y la conciencia humana. Por lo que sin rechazar la presencia oral de la poesía frente al academicismo imperante, reivindicando al mismo tiempo cualquier espacio o plataforma poética, como la derivada de la poesía escrita o la cantada, quiero creer que la promoción de la poesía, por lo menos la que yo concibo desde el mundo de la edición independiente, pasa por la propia responsabilidad y atracción de la poesía, por el libro bien hecho, por el poema tras el lector interesado, y por la divulgación entre los profesionales, como son los críticos y libreros, como un primer peldaño para su posterior expansión.
Mientras existan los poetas habrá poesía, si muriesen habría poesía, también sin lectores habría poesia, sólo es cuestión de aprovechar todas las circunstancias de la historia del libro y la comunicación, todos los soportes y todos los mensajes, desde el papel fotocopiado al mundo del internet, desde la escuela o las bibliotecas, hasta transmitir las viejas historias y pasiones de la literatura y demostrar que la difusión de la poesía se descubre sola si salimos con nuestros poemas a la calle y no nos encerramos en nuestra jaula de cristal como escritores elitisitas y editores literarios, optando por tomar el pulso a los lectores y al mundo en general.
Decir que la difusión de la poesía, del libro de poemas con una tirada intrascendente es una cuestión de dinero es muy sencillo, pero puede resultar falso. Si tuviéramos dinero no seríamos poetas, no seríamos editores de poesía porque seguramente ésta nos dejaría de lado, si fuéramos mercaderes no reivindicaríamos nuestra apuesta poética. Es verdad que el marketing es necesario en el mundo de la poesía, pero también es verdad que la difusión de la poesía no reside en la apuesta por un libro, por un autor de moda, por la hegemonía de un determinado premio literario.
La reivindicación natural del género en casi todos los campos de creación y vertientes de la vida es el primer paso para entender la difusión de un arte en el que todo vale y nada sirve. Cuando pensamos en las emociones indispensables de un encuentro poético, en el mensaje de un hallazgo poético, en el encubrimiento de la poesía por intentar comprender el mundo, sin pretenderlo demostramos que también la poesía tiene su vida, tiene su reflejo. Dejad que los poetas escriban, dejad que la poesía siga su camino con todas sus contradicciones y emociones encontradas. Dejad que la poesía, como el arte, nunca sepa lo que es poesía y apenas tenga fórmulas para entenderlo.
Hablando de los poetas que conocemos, hablando de poesía en libertad, sólo leyendo poesía, editando poesía, criticándola por inútil y alabándola por exquisita o sentimental, negándola por exhibicionista y al mismo tiempo, reinventándola, se puede ensalzar y demostrar que el género sigue vivo en su eterno camino. Pero jamás imponiéndola ni obligándola a existir como poesía ni como mercancia las veinticuatro horas del día. |