El Pasojosé marzoLas hadas existenLa embestida materialista de los siglos XVIII y XIX echó del cuadrilátero al libre albedrío. Si todo es materia y ésta se rige por leyes mecánicas, podemos arrojar lejos de nosotros el libre albedrío y su fardo de mala conciencia, culpa y angustia, como la insignia que lucimos durante un tiempo en el pecho con el lema de una causa olvidada. En el siglo XX, sin embargo, Heisenberg y Shrödinger formularon y desarrollaron la teoría cuántica, según la cual las ecuaciones no pueden determinar los fenómenos atómicos individuales. En el corazón de la ciencia mecanicista por excelencia, parecía negarse el determinismo. Son muchos los que, desde entonces, han sustentado el libre albedrío humano en el principio de incertidumbre, utilizando el burdo argumento de la analogía. El propio Schrödinger rechazaba la conclusión más optimista: Los acontecimientos espacio-temporales del cuerpo de un ser vivo que corresponden a la actividad de su mente, a su autoconciencia u otras acciones, son, si no estrictamente deterministas, en todo caso estadístico-terministas. Sin embargo, esta conclusión, formulada en términos ambiguos, mantenía la puerta abierta a incurrir en el mismo error analógico, el de pensar que aunque la mayoría esté determinada, siempre cabe la libertad excepcional del hecho individual. El sabio Shcrödinger, al adentrarse en las marismas de la filosofía, confundía los caminos de la ciencia con los de la epistemología, es decir, los hechos con nuestro conocimiento de los hechos. Lo que la teoría cuántica realmente expresaba era la incapacidad del conocimiento humano de determinar, en el sentido de predecir, los hechos atómicos individuales, lo que en ningún caso implicaba la negación de que tales hechos estén determinados por relaciones causales. Podemos tomarnos a broma esta confusión, repetida hasta la saciedad por intelectuales de tertulia televisiva, pues quienes sustentan la libertad humana en la teoría cuántica sólo están traspasando el libre albedrío, es decir la autoconciencia, la voluntad y la soberanía, al minúsculo cuanto, convertido así, por gracia de charlatán, en un arbitrario ser omnipotente. Siempre les queda otro argumento, según el cual sería cierto aquello que no se puede negar. Existe el libre albedrío, puesto que no se puede negar su existencia. Se trata de una transposición del Derecho a la filosofía: somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario, luego todo es verdadero hasta que se demuestre lo contrario. El argumento no es válido, pero conforta. Lo admitía el propio Julián Marías, quien sintió un gran alivio al comprender que no podía negarse la existencia de Dios. Las hadas existen y son hermosas. En nuestra imaginación. |
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