Paseos desde Pragaelena buixaderasDetrás de Noviembre Praga se oculta gris y taciturna, desnuda y frágil, exhibiendo todas sus cicatrices, sus desconchados, sus óxidos, sus achaques. Sin su frondoso vestido vegetal se nos muestra vulnerable, ajada, como si envejeciera repentinamente. Amar a Praga es perdonarle estos meses malditos, estos meses sin luz, plúmbeos, con tendencia a la pesadumbre, a la espera del abrigo blanco y gélido que le devolverá sus encantos con una luz renovada. En los tranvías comienzan a aparecer los vagabundos. A su alrededor, el olor de la miseria y del frío, olor a alcohol de quemar y mugres incrustadas en la piel. Llevan al lado sus bolsas con tesoros rescatados de los contenedores y las basuras. Pasean de aquí para allá, sin rumbo, dejándose llevar por las mareas urbanas, de unos raíles a otros calentándose y dormitando, desde Bilá Hora hasta Narodní trida, desde Staromestka hasta Hlavní nádrazí. Sobre los hombros cargan el desprecio y la compasión de los ojos ajenos a los que ultrajan cuando increpan en medio de los vapores etílicos desenterrando el precio de la civilización. Son la otra cara de esta ciudad pintada para turistas, la que no se ve en las postales de recuerdo ni en las guías, los innombrables, los que no existen. Simplemente están, viven aquí y forman parte de esa maquinaria humana que alimenta la vida de la ciudad. |