Cartas del Nortejosé luis garcíaNovelas inéditas, novelas insólitasCuenta Luis Goytisolo, que formando parte en los años sesenta del Comité de Lectura de la Editorial Seix Barral (lo pongo con mayúsculas, ya que a mi entender y por la escasa experiencia que tengo me parece uno de los oficios más difíciles y peor retribuidos que existen) llegó a sus manos un ejemplar de un desconocido autor argentino, que respondía al título de La Gándara. Una gran novela, a su juicio, que sin embargo no mereció la aprobación de sus compañeros de dicho Comité, entre otras cosas porque sobre la mesa tenían una obra maestra: La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa. Y es que, como él mismo afirma, hasta el propio Carlos Barral se equivocó en alguna ocasión (si por equivocación puede interpretarse). Baste recordar la anécdota del manuscrito de Cien años de soledad, que el editor tuvo sobre su mesa y que rechazó para mayor gloria de la competencia. A la vista de lo que nos cuenta Goytisolo, puede interpretarse de sus palabras una mezcla de resentimiento hacia sus colegas, y resulta paradójico que entre sus libros preferidos figure uno que nunca vio la luz, que jamás sufrió los intempestivos y a menudo impetuosos gustos de los lectores, y del que jamás podremos saber todo lo que hubiera dado de sí, tanto la obra mencionada como su enigmático autor de quien nunca nada más se supo. Ahora, la Editorial Lengua de Trapo rescata para su catálogo, aunque probablemente rescate no debería ser el término más adecuado, una novela de un desconocido escritor argentino, Tulio Stella, de quien lo desconocemos prácticamente todo. Una obra mastodóntica de casi setecientas páginas que se subdivide a su vez en siete novelas cortas, que se pueden leer de una forma independiente, y que ha llamado la atención del Jurado del II Premio Casa de América de Narrativa Innovadora que convoca dicha Editorial. ¿Qué poder de fascinación pudo ejercer sobre el Jurado, para que desechando las obras preseleccionadas se dedicaran a rebuscar entre la infinidad de manuscritos hasta que dieron con una caja que contenía tan preciado tesoro?. Desconocemos tan enigmática influencia, aunque no cabe duda que La familia fortuna, que así es como se denomina la obra, como La Gándara en 1962, el año en el que Vargas Llosa se alzara con el Premio Biblioteca Breve, seguro que fue lo suficientemente atractiva como para obligarles a realizar uno de los giros mas copernicanos que se recuerden. Así, nos encontramos ante una novela de novelas, tan en moda en estos tiempos, comparada con la Rayuela de Cortaza, El Cuarteto de Alejandría de Lawrance Durrel, y si me apuran con la Sefarad de Antonio Muñoz Molina por su carácter enciclopédico. Con todas las obras mantiene similitudes y diferencias, aunque personalmente me inclino más por la obra de Muñoz Molina, quizás porque el recuerdo de las vicisitudes de Justine o Clea, o de Rayuela, me queda demasiado lejana en el tiempo y eso entorpece una comparación ajustada. Pero en todas ellas predomina un único protagonista omnisciente: Buenos Aires, Alejandría, símbolos decadentes de una sociedad que se desmorona con sus habitantes. Reflejo de que todas ellas envejecen porque lo hacen quienes las "okupan". Porque se trata de novelas de "okupas", de anécdotas de seres anónimos que sufren, viven y mueren todos los días. La familia fortuna está compuesta por siete novelas enlazadas por un nexo común, siete historias a cada cual más sórdida (espeluznante es la del homosexual escritor sentenciado por el sida y su último amante ruso, o la de la huida de una viuda a un lejano pueblo, o la del enfrentamiento de una mujer con la amante de su "ex"...) que abarcan el mundo en su conjunto, y que colateralmente tratan todos los temas malditos de la Argentina Universal, que también son los nuestros: la Dictadura Militar, el sida, el terrorismo, la miseria humana... Y aunque a ratos parezca una saga novelesca, nada más alejado en alguien que parece haber sufrido casi tanto como sus personajes. Por eso decía que pocas veces un Jurado se ha atrevido de una forma tan insolente a poner en duda la capacidad lectora de un pre-jurado. Pero esperemos para bien de la literatura, y de cuantas novelas como La Gándara permanecen ocultas en algún cajón, que dicha práctica se convierta en habitual. Sería el mejor homenaje que se le podría tributar a quien en su día deslumbrara a Luis Goytisolo. |