Abril 2001

Modos y maneras de hacer ciudades

guillermo unzetabarrenetxea

Una ciudad es un conjunto de construcciones separadas por calles y espacios, en los que la gente hace sus cosas. Hay edificios y espacios para dormir y para comer, para trabajar y para ir de un sitio a otro, para rezar y para hacer el amor, para tomar decisiones secretas y para correrse juergas, para educar a los niños y para que jueguen. Las civilizaciones se diferencian por sus maneras peculiares de resolver cotidianamente todas esas tareas, y por el estilo y funcionalidad de las construcciones y espacios.

Durante milenios las ciudades han sido parecidas: las casas se apiñaban dentro de las murallas, y más o menos en el centro estaban los equipamientos colectivos: los templos, la plaza, el cuartel, el palacio del poderoso. La artillería, la electricidad y el automóvil han cambiado las ciudades. La artillería hizo inútiles las murallas. La electricidad trajo el alumbrado público y el ascensor, que creó los barrios en función de la renta (hasta entonces las menores rentas subían más escaleras). El automóvil ha supuesto asfalto, un enorme crecimiento en extensión, aceras rodeadas de carcasas de chapa herméticas y semimóviles, nuevas reglas para desplazarse (Por aquí se puede pasar en coche, por aquí se puede cruzar a pie…)

En algún momento de esa última etapa de formidable expansión, alguien empezó a preocuparse del “patrimonio histórico”, y acabó convenciendo a todos. Antes no importaba. Pericles arrasó varios templos antiguos en la acrópolis para dejar sitio a los nuevos. Para construir su palacio real en Madrid, los Borbones derribaron el de los Habsburgo, que encontrarían insatisfactorio por sus regios motivos. Se convertían iglesias en mezquitas, y viceversa, sustituyendo los símbolos diferenciadores con buen gusto (Santa Sofía en Estambul) o con horterez (La mezquita de Córdoba).

Pero ¿cuál es el criterio para decidir lo que es patrimonio histórico? Cuando algo lleva suficiente tiempo en un lugar resulta una referencia sentimental, simbólica y espacial para los habitantes de la ciudad, que se reconocen colectivamente en esas piedras. ¿Cuánto tiempo? Por lo visto, depende. En la práctica, parece ser histórico todo lo anterior a la utilización del acero y el hormigón en la construcción, y solamente eso. Aunque sea feísimo, como esas estatuas horrorosas de próceres olvidados y gestas polvorientas. O la horterada del pastiche cristiano en la mezquita de Córdoba. No habiendo vigas de acero, todo vale si se consigue una postal tópica. ¿O se considerarán históricos dentro de un siglo los barrios obreros de los años ’50 y ’60?

Los Altos Hornos del Nervión han tenido mucho más papel en la Historia de Bilbao, de Euskadi y de España que el 90 % de los castillos medievales. Pero han desaparecido. La restauración del Casco Viejo de Vitoria está dejando hermosas casitas de colores toscanos, que nadie vio nunca por aquí: linda postal de nulo rigor histórico. Si ha habido alguna vez un edificio de importancia histórica en Vitoria, ha sido la fábrica de Forjas Alavesas. La instalación de esa acería, los trabajadores que atrajo, las industrias que se instalaron a su sombra, supusieron el gran salto desde el pueblito de conventos y patatales a la ciudad actual. Desaparecida para dejar sitio a un imprescindible centro comercial. La estructura de vigas de acero era bellísima ¿No podía haberse aprovechado? Parece haber hacia la industria un pudor parecido que hacia el sexo: es legítimo enorgullecerse del titanio del Guggenheim, o de los hijos, pero se mira hacia otro lado antes de reconocer en público las actividades generadoras de suciedad y polvos que han producido tan estupendos resultados.

Da la impresión de que el único criterio práctico y omnipresente para definir el patrimonio histórico en las calles es el provecho de los constructores: en los pequeños solares de los cascos antiguos no pueden hacer gran negocio con construcciones nuevas. Restauran a precio de capricho historicista. En grandes solares, no importa lo que hubiera, se embarcan en operaciones ciclópeas, y la Historia la escriben los vencedores. Ellos.

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Guillermo Unzetabarrenetxea
Fotógrafo
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