En el jardín de América nace Rubén, aquel que ayer nomás decía: "El dueño fui de mi jardín de sueño, /lleno de rosas y de cisnes vagos".
Llega a la poesía con su voz perfumada y su mundo onírico a transformar el lenguaje con su alma "ebria de flores" y su princesa: "Y están tristes las flores por la flor de la corte / los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte, / de Occidente las dalias y las rosas del Sur." Este mapa es el jardín y son los sueños y es el mundo.
No importa si lo inspira una mujer, un cisne, el crepúsculo o la mariposa, Rubén le escribe a la poesía, que es su vida, "el verso sutil que pasa o se posa / sobre la mujer o sobre la rosa" y huele su presencia en el aire: Cuando mi pensamiento va hacia ti, se perfuma.
Esta voz amorosa y alada se posa en los veinte poemas de amor de Neruda que recorre su jardín interior pensando en Ella, "dulce jacinto azul torcido sobre mi alma". La sutil visitadora, la silenciosa, tiene siempre algo de flor, llega en la flor y en el agua, tiene regazo de rosa. Neruda sueña en ella el jardín erótico: "Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos" y el jardín marino de la flor azul que el poeta mira "como si el mar viviera en una sola gota".
Cada poeta es dueño de su jardín y sus melancolías, ya contó Alfonsina que "hay algo en el jardín que tiembla y llora", en la fragilidad, en la intemperie, en el agua del jardín que se parece al mar cuando José Martí habla de las flores del destierro: "Se encabritan los versos, como las olas… / Y parece como que se escapa de los versos, escondiendo sus heridas, un alma sombría /envuelta en ropas negras. ¡Cuán extraño que se abrieran las negras vestiduras y cayera de ellas un ramo de rosas!"
Martí, el que cultiva una rosa blanca, convive en su jardín con el dolor y los nombres, un universo de recuerdos y esperanza lírica: "Yo sé los nombres extraños /de las yerbas y las flores, / y de mortales engaños, / y de sublimes dolores."
Esa esperanza es la tinta verde del jardín que Octavio Paz deja en la literatura como un instante que solo el poeta percibe en la pequeña inmensidad del tiempo: La tinta verde crea jardines, selvas, prados, / follajes donde cantan las letras, / palabras que son árboles, / frases que son verdes constelaciones.
Para descubrir la esencia del jardín americano hay que volver a tierras de Rubén, donde nace también Ernesto Cardenal, apasionado de la poesía indígena que recorre versos quechuas, mapuches, araucanos, guaraníes en busca del campo y la flor para llegar al cielo.
Escribe un bello poema del jardín primitivo: "In xóchitl in cuícatles poesía en náhuatl. / Literalmente Flor-Canto, o flores y cantos; doble metáfora/ con que nombraban la poesía, / que es esencialmente metáfora."
Cada verso es un manifiesto poético y un canto/flor a la vida:
"La poesía es divina, viene de arriba / del interior del cielo. // Con cantos/con flores / doy honor al Dador de la Vida. / Mi oración es de flores."
La voz íntima de la poesía es la soledad del poeta, el breve instante, la silenciosa palabra, el camino entre la piedra y el aire.
Del jardín soñado por los indios quechuas dejo este canto con la esperanza de encontrarnos:
"¿Hay flores en tu campo?
Con el pretexto de que hay flores voy a ir."