Hay algo metafísico y religioso en su profundidad verbal, en sus palabras clave, aunque siempre desde la carne. También un ritmo poético personal. Antonio Tello logra alumbrar espacios universales, los trae al presente con esa belleza, y eso que parece que su esen- cia estuviera hecha de una mirada en apariencia concreta pero capaz de nombrar en esa reducción a cierta totalidad; casi una tarea de poeta-filósofo, donde la poesía surge por- que las palabras escritas no pueden ser juntadas de otro modo sin perder una parte de su verdad, sin renunciar a la belleza, sin que sobre un sólo verso, sin que uno sienta que no hay un solo poema que no está donde debe estar.
Juan Miguel Ariño
Tiempos hubo en que aguardar la publicación del nuevo titulo de un autor era una agradable espera, no exenta de la natural impaciencia y aun desasosiego que caracteriza a lo que se desea de forma vehemente. Llegarse a la imprenta, la librería o el quiosco en vano podía incluso producir una ligera comezón que más tarde, con la obra ya en las manos, revertía positivamente en la opinión y crédito que de su contenido y creador se tuviera de antemano hasta reforzarlos más si cabe. Tiempos en que, sin conciencia de ello, pasaba el clásico del impresor o el editor al lector con naturalidad y sin apenas sufrir el menoscabo de la intermediación periodística o política, ora cicatera, ora interesada o aduladora en extremo, distorsionadora, en cualquier caso. Mas otros tiempos hubo que en el tiempo desaparecieron y en cuya ausencia vino a instalarse la indiferencia ante las cosas de la escritura y el pensamiento. Pero tiempos hay también dentro del tiempo en que es posible subvertir tal fatalismo y aprovechar, como en el caso que nos va a ocupar, la benéfica conjunción de al menos tres talentos de las letras para el alumbramiento de una magna obra poética. Lecciones de tiempo es el poemario de Antonio Tello que la editorial zaragozana “Libros del innombrable”, de Raúl Herrero, pone a disposición del lector de poesía más exigente. El prólogo del libro, a cargo de Juan Miguel Ariño, puede leerse, antes o después del texto que lo motiva, como pieza independiente, si se prefiere. Un clásico, lector, y como tal, sin tiempo por todo el tiempo; un clásico novísimo, de fresca solera.
Es el poeta Antonio Tello (Villa Dolores, 1945) un cordobés argentino cuyas simientes han fructificado en Barcelona durante casi cuatro décadas hasta convertirlo en un ser dual con firmamento unívoco: ni de allá ni de aquí es porque es de aquí y de allá, sin duda. Vate en toda la extensión de la palabra, pocos ejemplos como el suyo conocen hoy las letras allende y aquende el océano. Nadie como él es capaz de revelar lo oculto en el hombre y trazar el itinerario de su suerte en el confín de la carne. De la carne, digo, y del tiempo, que de eso trata principalmente Lecciones... A Tello no hay que buscarlo en las listas de los poetas distinguidos por la sociedad literaria, bien con premios, bien con aparatosas campañas publicitarias que pagan la docilidad de los artistas. Es el suyo otro territorio; es otra su ventura: quien así lo quiera lo encontrará en el cuasi solitario predio de los privilegiados por la poesía, ése en el que el galardón lo confiere la palabra, inexorable fiebre que delata la enfermedad de la vida. Pero no se crea por ello que nos encontramos ante un hombre minorado, abrumado por el ambiente poco favorable a quienes trabajan la dificultad y se alejan de la facilidad pues descreen de los hallazgos en la superficie del ser y de las cosas. Es Tello un poeta sin la falsa modestia que guía las acciones y la obra de muchos “casi-poetas” o versificadores que con un verso avanzan y hieren y con el otro huyen y plañen (guitarras de tantos mesones). Es su obra un larvado y sólido proceso de aproximación a la totalidad de la conciencia mortal, un itinerario por las cavernas de la existencia con epifanía final. Por lo cual, su poética no rivaliza con ninguna otra; en realidad, con nada ni con nadie: “yo sé lo que estoy haciendo”, afirma en la distancia corta. Antonio Tello es heredero y continuador en pie de igualdad de poetas que escriben con cincel, como Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén o José Ángel Valente, por citar solamente tres nombres en lengua española y españoles. Es especialmente con este último con quien la afinidad de Tello y de Lecciones... es más evidente. Veamos: “La palabra poética ha de ser ante todo percibida no en la mediación del sentido, sino en la inmediatez de su repentina aparición. Poema querría decir así lugar de la fulgurante aparición de la palabra” (Cómo se pinta un dragón, en Obra poética 2). Más: “Aguardábamos la palabra. Y no llegó. No se dijo a sí misma. Estaba allí y aquí aún muda, grávida. Ahora no sabemos si la palabra es nosotros o éramos nosotros la palabra. Mas ni ella ni nosotros fuimos proferidos. Nada ni nadie en esta hora adviene, pues la soledad es la sola estancia del estar. Y nosotros aguardamos la palabra” (Mandorla, obra precedida por una cita de Paul Celan, muy apreciado por nuestro autor). Y un remate final: “Cruzo un desierto y su secreta/ desolación sin nombre./ El corazón/ tiene la sequedad de la piedra/ y los estallidos nocturnos/ de su materia o de su nada.// Hay una luz remota, sin embargo,/ y sé que no estoy solo;/ aunque después de tanto y tanto no haya/ ni un solo pensamiento/ capaz contra la muerte,/ no estoy solo” (A modo de esperanza). Los poetas, está claro, no son de ninguna parte, sino de la poesía, que los hermana y amamanta.
Y de la gran poesía telliana viene Lecciones..., y en significar y en significarse en el seno de su propia tradición se emplea. Una poesía, la de Tello, que impregna toda su obra narrativa y que “adviene” o se revela para el lector por primera vez en 2004 con el libro fundacional Sílabas de arena. Quien el presente suscribe afirma sin un ápice de duda o de rubor que Sílabas... es el libro de poesía más importante que se haya escrito en español en la última década. La novedad de su contenido, la valentía, el arrojo en su exposición y la honestidad y pleitesía que el poemario rinde a la mejor tradición poética universal son los atributos de una obra mayor que ha señalado el camino a seguir al resto de su producción poética. Así, Conjeturas acerca del tiempo, el amor y otras apariencias o Nadadores de altura suceden en el orden de publicación a Sílabas..., si bien es otro el orden en lo que a su escritura se refiere. Tello muestra también aquí con un ejemplo la naturaleza exógena del tiempo, objeto principal de Lecciones... Con O las estaciones nuestro poeta alcanza un nuevo hito en su trayectoria. Obra maestra que explora las veredas más sensibles, aunque no por ello más conocidas, de la condición humana, O... prepara admirablemente el espacio en el que Lecciones... se va a erigir como el tercer puntal de la poesía de un autor mayor, Antonio Eduardo Tello Argüello.
Lecciones de tiempo es un largo poema que se presenta en fragmentos que, a modo de pinceladas de un cuadro impresionista, componen una imagen casi cinética de la toma de conciencia del hombre en el mundo y de su pertenencia a una entidad superior (fuego que cruza el tiempo/ y quema la memoria, o apenas un parpadeo/ y estás de nuevo/ en el punto de partida/ mas ya no eres el mismo). El poema “sucede”, evoluciona y testimonia el proceso, breve y prolijo a un tiempo, mas oneroso, de fulguración del ser del hombre, de la vida, de las cosas. En el principio, la memoria es fuego que se extingue/ sin el hálito de la vida; y “en seguida”, esto es, en el final, en ese breve estar eres el presente móvil/ el ayer y el mañana el viaje humano al fin.
La estructura de Lecciones... presenta tres soportes principales: a saber, el del contenido, que describe una trayectoria similar a la trazada por un cometa o a las aceleradas concepción, gestación y parto –inicio de la muerte- de un ser de carne –pues no otra cosa es la “vita brevis” del hombre-; el lenguaje sobrio, sustantivo, mas no austero, que da solidez y verosimilitud a esta suerte de cosmogonía ; y por fin, la libertad formal con que está escrito este bellísimo poema.
Principia Lecciones... aclarando qué dos entidades van a jalonar sus páginas, a fin de que no haya lugar a la confusión (la memoria es fuego que se extingue/ sin el hálito de la vida). El tiempo y la vida humana, en efecto, son de naturaleza distinta y no siempre confluyen (los instantes que huyen de la carne [...] a la luz del día/ nada altera el orden de las horas [...] en qué lengua hablar/ fuera del cuerpo en qué tiempo/ conjugar el verbo en qué tiempo). Pero para quien crea en la disociación y, por tanto, en una unión primigenia, una certeza viene a cuestionar su posibilidad (nada/ escapa a la traición del origen), e incluso a negar su contingencia mediante un interrogante retórico (cómo calcular el peso exacto del dolor/ cómo medir la longitud del silencio) y una aseveración terminante (si la ignorancia siempre nos hace extraños) que da en el corazón de uno de los temas capitales en la poesía telliana, el extrañamiento, la extranjeridad. La vida que lleva consigo el nacimiento del hombre (un gusano con ínfulas de mariposa) tiene ante sí un reto singular, cual es desasirse de la nada para ser (¡cuánta energia consume la oscuridad!), así como armonizar con el tiempo para asegurar la mudanza y alejar la muerte que lo informa (porque el tiempo pasa antes de que la luz nos hiera/ nacemos en primavera con la edad del otoño).
Con su nacimiento (al ser eres), cuya primera señal es el sonido ( partículas notas/ urnas de la voz/ la brisa lleva/ miradas sin ojos/ que arpegian por el campo/ de los pájaros) que, en su pugna con la luz por conducir el ser de las cosas, construye el nombre, el hombre irrumpe en el territorio del tiempo, en cuya esencia se halla el silencio ( que es tiempo sin nombre/ esencia del abismo que atrae). El nombrar y el nombrarse, la propia conciencia del ser (deletreándose entre los senos de la primavera/ el mono descubre que su vida pende del sexo/ de una vocal) del homo vocalicus (las vocales llenan de gozo el mundo y de sonidos/ que nacen del silencio del cuerpo) le arrancan de la indistinción y, además de iniciarle en el aprendizaje de la pertinencia al mundo, le hacen propietario de su devenir, de su historia (se yergue sobre la oscuridad del mundo y avizora/ un horizonte en fuga que lo excita).
Toman el relevo en este viaje el hombre histórico y el lenguaje, cuya suerte se deriva de una relación causa y efecto (recordemos al anteriormente citado José Ángel Valente). De la falsificación de la palabra, de su significado, de la subversión de su esencia nace la desgracia humana (mira bien abre tus ojos ciegos acaso/ el árbol el agua la piedra el insecto/ el mínimo soplo la exigua brizna son voces/ reflejos de esa voz/ que te multiplica hasta perderte/ en el mundo de lo no dicho), el instinto genocida de que son portadores algunos hombres (cómo las bandas armadas de los dioses/ arrasan las aldeas). Predicadores y profetas manipulan el lenguaje (la dictadura de lo ininteligible) para poner en manos de alienadores y dictadores el arma de la autodestrucción (mienten los libros sagrados./ La piedra, el árbol y el aire/ son anteriores a los dioses) que sofisterías presentan bajo apariencias inocentes (banderas banderas lenguas blandas [...] brama el trapo de las naciones). Al final (el alimento de los ángeles/ pudre las entrañas del hombre), la aniquilación es más desoladora que la muerte (es corazón eso que palpita con indiferencia/ acaso conciencia eso que nutre el horror/ no, no es la muerte lo que acaba con la vida) y el vacío está lleno de sonido (palabras y palabras/ alfombran en otoño/ el monte de los olvidos). Y en medio del litigio, de esta contienda a vida y a muerte está el hombre solo, o, precisamente, el poeta –o el “poeta-filósofo”, en palabras de Juan Miguel Ariño-; más aún, él, nuestro poeta, el hombre desarraigado, arraigado y nuevamente desarragaido y arraigado (y desterrado creces fuera del bosque/ lejos del jardín solo. No/ hay misterio en tu doble sombra), y con él todos los poetas; es decir, aquellos que estén dispuestos a ver (abre bien tus ojos de carne y mira) y a sufrir ciertas condenas (cien escalones subes con/ la piedra a la espalda).
Lecciones... confía al poeta, al arquitecto de la palabra (la palabra que nombra el árbol es árbol), la responsabilidad de la preservación de ésta a fin de vertebrar y conciliar los mundos individual y colectivo (el lenguaje que reflejan las aguas/ del pozo es espejismo del grito). Pero el poeta, cuyas metamorfosis lo presentan como agricultor, o sea, como hombre que arraiga, que enraíza, y también como un soldado defensor de su esfuerzo (La porfía/ del hombre que ciñe/ la serpiente en su cintura y siembra), es un civilizador que duda (soy libre o prisionero) e incluso desconfía de cuanto ve (y lo que tus ojos ven es/ la primavera arrasando los puentes/ el verano quemando los bosques) antes de aceptar su propio destino (ahora ya lo sabes es ira/ la luz que divide tu sombra[...] quien te encadenó para que los ángeles/ devoren tu carne se ha ido) mientras su voz, su nombre se deslíen en la letanía del tiempo nacida del caos/ que abre y cierra las puertas del sentido
de la piedra de los lamentos
sale él a tentar su paraíso
repta por los sembrados
arrasa los olivos
su muro de escamas
marca las fronteras
tras él
los jinetes de la noche cabalgan
por los campos
al viento
en las puntas de sus lanzas
sus estandartes sagrados
tras ellos
el polvo del ocaso
brama el trapo de las naciones
al paso del viento que barre
la llanura coágulo de silencio
en movimiento espejismo donde
larvan las crisálidas del éxodo
un zumbido de vacío precede a la marea
leves traslúcidas se mueven
hacia nosotros se mueven
oleadas de mariposas
llegan aletean en la arena
y a orillas del arco iris sus
colo res se des va ne cen
mira bien abre tus ojos ciegos acaso
el árbol el agua la piedra el insecto
el mínimo soplo la exigua brizna son voces
reflejos de esa voz
que te multiplica hasta perderte
en el mundo de lo no dicho
no no puedes cerrar los ojos
ni confiar tus pasos al tacto del bastón
si quieres tocar
sentir en tus dedos el verbo inmóvil trizar ese zumbido que oculta las palabras
en el secreto
abre bien tus ojos de carne y mira
cómo las bandas armadas de los dioses
arrasan las aldeas graban con sus lanzas
runas sagradas en el cuerpo de las víctimas frases muertas que abandonan colgadas del árbol donde dicen
recibieron el don de la sabiduría
es corazón eso que palpita con indiferencia
acaso conciencia eso que nutre el horror
no, no es la muerte lo que acaba con la vida
ángeles ángeles
sobrevuelan en círculo
el árbol de los ahorcados
palabras y palabras
alfombran en otoño
el monte de los olvidos
eso que ves no son ángeles
son aves criaturas que conocen
los secretos del aire
que miden las distancias
y señalan las estaciones
son aves las que han migrado del paraíso
las que pueblan el bosque
y anidan en las estepas
los ángeles que habitan en el mundo
la servidumbre les ha cortado
las alas y en su corto vuelo sólo comen
las sobras de los dioses
consumada la expulsión
el instante fue
el tiempo es siempre extranjero
excrecencia de la eternidad
en el mundo no somos el río
que fluye sino la hoja que éste lleva
ella no recuerda al árbol del que
ha caído mas sabe de su existencia
el sonido del agua el rumor
del viento entre las ramas ese
acezar del silencio en la memoria
y atrás mucho más atrás el que desterró
a los habitantes del paraíso está solo
apagadas sus flamas la espada
cuelga inútil del tahalí de plumas
secos ya los cuatro ríos del Edén
se asoma el ángel al brocal de la nada
a la soledad sin voz del abismo
sin horizontes no hay esperanza
sólo caída y él ya sin atributos
se precipita por el pozo de los siervos
(...)
Título: LECCIONES DE TIEMPO
Autor: Antonio Tello
Año: 2015
ISBN: I.S.B.N 978-84-92759-73-6