nº 164 • Marzo 2015

Espacioluke

Kerman Arzalluz

Producciones lentas presenta: Glamour(II).

Viene de Glamour (I)

La novelista británica Eileen Arnot Robertson dijo de ella: “Tengo la sensación de que está cargada de un poder que no puede encontrar una salida común”. La frase es soberbia, de las que se releen y paladean lentamente, y reveladora de una naturaleza y un carácter extraordinarios, que la actriz imbuiría a sus personajes a lo largo de su prolífica carrera.

En efecto, la actriz de Massachusetts era una mujer poderosa y nada común, como se suele decir, de rompe y rasga. Sin embargo, su perfil era algo peculiar, poco tenía que ver con el de “la divina” Greta Garbo, la voluptuosa y sexual Mae West o las bellas y sexys Hedy Lamar, Jean Harlow o Carole Lambard. Y menos aún con el de las precoces Judy Garland o Shirley Temple. Fueron también coetáneas las insignes Vivien Leigh y Katherine Hepburn, aunque de las actrices de su tiempo quizá fueran Barbara Stanwick, Joan Crawford o Claudette Colbert con quien más compartiera los rasgos de femme fatale.

Su carrera, al igual que su vida, sufrió importantes altibajos. Tuvo su primera etapa dorada en la década de los treinta. Dio sus primeros pasos cinematográficos de la mano de Columbia; de ahí pasó a la Warner y ésta la cedió a la RKO, con quien protagonizaría su primer gran éxito: Cautivo del deseo (1934). Con Peligrosa le llegaría su primer Oscar un año después, y en 1938 lograría el segundo por Jezabel. En los años cuarenta se sucedería cierta alternancia de títulos de mayor y menor envergadura para volver en 1950 a obtener grandes críticas con Eva al desnudo y más de una década después con ¿Qué fue de Baby Jane?

Fue nominada en un total de diez ocasiones a las estatuillas doradas y es considerada como una de las mejores actrices de todos los tiempos. Se casó cuatro veces, enviudó en una de ellas y se divorció en las otras tres. Tuvo abundantes y sonados desencuentros con los galanes de cine de la época, directores y productores hollywoodienses. Participó principalmente en dramas, interpretando a mujeres de fuerte personalidad, frías y pérfidas, en ocasiones, y desgarradas y apasionadas, en otras. Ya lo dijo ella: “Cuanto más mala es Bette Davis, la película es mejor”. Y no solo se lució con personajes intensos, antipáticos y, a menudo, melodramáticos. Claudette Colbert reconoció que había sido la primera actriz en atreverse a interpretar mujeres de mayor de edad.

En una ocasión manifestó –no sabemos si ejerciendo de sí misma o de uno de sus personajes–: “He llegado a la cumbre a fuerza de arañar, y para conseguirlo incluso habría practicado el asesinato”. Concisa y directa, para qué andarse con tonterías.

Llegó a Donostia devorada por un cáncer de mama, convertida en un pequeño saco de huesos que a duras penas se mantenía en pie. Y no lo hizo de cualquier manera. Desembarcó en el hotel María Cristina con sus 42 maletas, preparada para cualquier contingencia. Entre sus enseres portaba sus dos Oscar. Descansó todo lo que pudo, se preparó cuanto pudo y puso todo el pellejo en el asador. Acumuló en su enclaustramiento mariacristiniano sus exiguas energías, cargó al máximo la batería de su pequeña anatomía con la intención de concentrar y proyectar ese mínimo pero intenso haz de luz sobre el escenario del Victoria Eugenia. Ordenó y mandó, con determinación, como “la loba” que en su día interpretó, fue y aún era.

Y ¡cómo no! “La loba” deslumbró sobre la tarima, desplegó todo su poderío, elevando su metro sesenta hasta el infinito y más allá, para observar a su público de arriba abajo… cien sobre cien en la escala del glamour.

En El último adiós de Bette Davis (Pedro González Bermúdez, 2014) se recogen, entre otros, varios apuntes interesantes sobre el fenómeno Davis y su paso por estos lares. Se dice que la actriz americana revivió para llegar y estar aquí, que seguramente nadie o casi nadie recordará hoy el título de la Concha de Oro o el nombre del actor o la actriz que se llevaron la Concha de Plata en aquel año porque en aquel 1989 Bette Davis estuvo en el Festival y fue la reina del Festival. Sin embargo, en la película se escucha una frase magnífica, desbordante de significación. Alude a ese supuesto encierro por motivos de salud y me limito a mostrar: “Si ella salía e iba al teatro…pues se rompía el encanto de esperarle”.

Glamour.