Para Í y TK
El rock salva vidas, como he leído en una camiseta. El rock no se enseña en los colegios porque entonces se traicionaría a sí mismo. Mejor el boca oreja. Mejor matricularse por libre. Qué grande es un grupo de rock si también le gusta a tu amigo, ¿verdad?
Este año sí peregriné al Azkena Rock Festival. Fue puro impulso: lo decidí el sábado anterior. ¿Y por qué? Porque Television interpretaban Marquee Moon. Así que subcontraté parte del negocio (entradas incluidas), almorcé como un señor (callos, carrilleras y yogur griego con un tinto riquísimo), subí a echar la siesta, me dormí, me desperté, me duché, me puse guapo, salí a la calle, paré un taxi, fui a por los chicos, que están bien, y a las seis pasaditas del viernes por la tarde cruzaba el zigzagueante umbral. Dos buenos roqueros ejercieron de cicerones para un escritor con veleidades musicales, pero nada habituado a los festivales. La primera música que escuché de fondo, desde un escenario al que no llegué, sonaba a viejo rockbilly. Me gusta el rockbilly. Uhmm! Yo también tuve mi primavera rockabilly con quince años. A izquierda y derecha tatuajes, tupés, barbas, pendientes, melenas… Un escritor sale de su escritorio. Uhmm!
¿Dónde pasa el invierno tanto rockero? Con una cerveza en la mano nos acercamos hasta The Last Internationale. Bien: buena pose. Sol de frente y arenga política. Demasiado calor para mis pies demasiado abrigados. Un terceto con ganas y juventud al que después tuve ocasión de decir “So good!” cuando salían del camerino. Después… jardín. Me descalcé las pesadas botas de invierno, fumé de mi marca y de otras marcas y escuché a Jd McPherson mientras conversaba con mis compañeros de expedición. De todo y de nada. Del puro azar. De la tarde espléndida. Del día más largo del año. Y gente que pasaba y pasaba, que bailaba un poco de swing, un poco de rock, un poco de vida. ¿Qué es el rock? Sólo eso. ¿Actitud? Sí. ¿Hedonismo? También. ¿Estar siempre un poco de ida y otro poco de vuelta? Cómo no.
Caía la tarde. Las sombras se alargaban. Arrojamos a la papelera los sombreros butano y descubrimos que nos habían teñido la frente de luminoso naranja. Risas. Fotos. Inocencia. Larga fila en el baño. Más que otros años, a juzgar por los comentarios de aquí y de allí. El presupuesto, dicen. No preocuparse. No hay prisa. ¿Un güisquito? Estamos de buena noche. Nos acercamos hasta D-Generation. Me resultan planos. Mates. Veo caras conocidas, rostros que siempre se filtran como fantasmas del remoto pasado cuando menos me lo espero. ¿Recuerdos de los quince años? ¿Nostalgia? ¿Melancolía? El rock salva vidas, como he leído en una camiseta. El rock no se enseña en los colegios porque entonces se traicionaría a sí mismo. Mejor el boca oreja. Mejor matricularse por libre. Qué grande es un grupo de rock si también le gusta a tu amigo, ¿verdad?
Giramos ciento ochenta grados y enfilamos a poniente. El sol de nuevo enfrente. Una brisa ligera, muy alavesa. Las verdes y jóvenes copas de los chopos, doradas por el sol, se mecen despacio. Si Alfredo Donnay levantara la cabeza, me digo. Paul Verlaine y su gente. Un poco gruesos. Un poco espesos. Un poco bajos. Pero despacio voy haciendo trabajos de geometría. Siguiendo la taracea de las guitarras, siguiendo la greca del bajo, releyendo con el dedo el mensaje oculto en ese disco irrepetible. Invierno. Tarde corta. Frío rápido. Almacenes, talleres, fábricas abandonadas. Un sábado de enero en mi ciudad de siempre. Nos dejamos llevar. Volamos un poco. Nos contamos cosas. Amistad por encima del nombre, amistad a lo largo. Justo al final de la actuación nace la luna frente a nosotros. Un luna menguante, o creciente, o qué sabemos. Un gajo de luna dorada. Y no anochece todavía. Uhmm!
Damos media vuelta y regresamos a oriente. Allí ha caído la noche. Suenan Black Mountain: música alargada, anterior en la historia a la música afilada de Television. Juegos de humo y luces. Algo como épico o progresivo o aéreo… Me salgo del grupo y escalo la colina. Es ese momento de no saber muy bien nada de nada. Contemplo el erial de cabezas. Lo pienso. Desciendo de la colina. Hablamos y hablamos mientras suenan estos aprendices de brujo de la música elongaaaada. ¿El rock ha agotado todas las combinaciones posibles del número limitado de elementos que escogió hace casi setenta años de la ilimitada serie que ofrece la música? ¿Cuándo se agota un estilo? ¿Cuándo no da más de sí? ¿Cuándo se agotó el tango, por ejemplo? Nos entra algo así como mareo cultural, como náusea artística. A la literatura no le pasan estas cosas, me consuelo. ¿O tal vez sí? El dolce stil nuovo medieval terminó injertado en las letras de los boleros del siglo XX porque ningún poeta modernillo quería hacer más sonetos así.
Media vuelta. Me confirman el fatal presentimiento ZZ Top. Venerables. Tiernos. Irónicos. Feístas. Pero la serie de elementos es limitada y las combinaciones no nos sorprenden. Maquillo el pensamiento explicando que tanta apelación a los motores grasientos y a las chicas de largas piernas y abismosos escotes es una reivindicación de la verdadera esencia (extracción social incluida) del público roquero. La escuela de formación profesional. El taller de mecanizado. La carpintería. La obra. El resto han sido abstracc-figurac-falsificac-iones. Necesitamos todos un poco de agua, ¿nooooo? Nos dispersamos y nos volvemos a juntar.
L7 y su punk femenino. Abrasivo, más feísta si cabe, mucho más gritón. Yo estaba frente al televisor familiar aquel fatídico 23 de abril de 1983, cuando Las Vulpess escandalizaron. Era un chiquillo boquiabierto de nueve años. Masticamos gominolas. Ahora necesitaría algo como blandito, como algodonoso, como curvilíneo. Música sin aristas. ¡Y la encuentro! Nico Duportal & his Rhythm Dudes intrerpretan maravillosa música retro. Sin pose de artistas. Con respeto a la tradición. Con trajes impecables. Eficaces y profesionales. Como si hubieran espiado mi teoría con micrófonos ocultos. Saben que el número de elementos es limitado. Saben que todas las combinaciones han sido hechas. Saben que la quiniela del rock tiene sus temporadas contadas. Respiro hondo y muevo mis caderas. Me cuelo entre las primeras filas. Da gusto el gusto del público, su exquisita educación. Bailo swing, rock de Luisiana... Es sólo rock and roll, me digo. Es sólo rock and roll, me digo. Es sólo rock and roll, me digo.
Y este mantra a través del espacio, del aire y de la noche, de las calles y de las plazas calladas, como si de una alfombra voladora se tratara, me deposita en mi hogar y mi cama. Uhmm!