Fotografía: Paula Arranz
Hola, Sofía.
—Hola. ¿Vas conduciendo?
—Sí, pero hay poca circulación. Dime.
—Al final tu hija se ha decidido y como regalo de fin de curso ha pedido un clítoris.
—Pero si ya tiene uno, le hemos comprado de todo…
—No seas bobo, Rafael, ya sabes a qué me refiero. Te mandé la documentación hace una semana, y no me digas que no has abierto el correo.
—Lo hice, y me parece una chorrada.
—Perfecto. Siempre has sido muy hábil escogiendo los calificativos, espero que no le digas eso a tu hija.
—Vive contigo, luego es TÚ hija. Está bajo tú influencia y es responsabilidad tuya quitarle ciertas ideas de la cabeza. Comprar un clítoris es inmoral.
—Pues el planteamiento es justo lo contrario. No has leído con atención…
—Con mucha atención, Sofía. Y no creo que el tema de la ablación se resuelva con iniciativas privadas tan demenciales como comprar los clítoris de las africanas de uno en uno. Es algo que se debe afrontar a nivel global, presionando a las naciones que lo practican a dejar de hacerlo…
—Eso me suena, pero no me sirve. El tiempo pasa, y mientras tú y la ONU preparáis una estrategia planetaria, son mutiladas cientos de miles de mujeres cada año.
—Mujeres negras, no lo olvides, que tienen menos valor, conozco el discurso, no te molestes.
—Me molesto, claro. Es algo muy serio.
—¿Y tú crees que esa organización le va a pagar mil euros a una comunidad a cambio del clítoris de una niña… y que ellos van a aceptar? Suponiendo que les lleguen los mil euros, que me suena a estafa por todos lados…
—Les llegan. Y no es ninguna comunidad, es una familia concreta. Un acuerdo privado. Los mil euros son la dote de la niña, para compensar al futuro marido por la inseguridad cultural que le supone aceptar a una mujer no amputada.
—Deberías oírte, suena monstruoso.
—Pero es práctico. Ese dinero es una garantía para los padres, está en un banco y cada año aumenta con la cuota fija y los intereses correspondientes.
—Diez euros al mes, no lo veo mal, Sofía. Se parece mucho a una adopción.
—Pero más cerca, porque esa familia vive entre nosotros. Y la niña, al no estar amputada, también tiene opción a integrarse en nuestra comunidad. No tiene porqué casarse con uno de su raza.
—Y menos si arrastra desde su país una tradición tan salvaje…
—Así es, porque están ahí en Santander, y aquí en Donosti, en todas las ciudades de Europa. Es todo muy sórdido y secreto. La policía y los jueces no consiguen detenerlo. Si al menos podemos salvar a las niñas que tenemos más cerca…
—Ya.
—Que conste, Rafael, que estos son los argumentos de Julia. Yo también tengo dudas, hay mucho miserable que se aprovecha de estas situaciones, pero prefiero tirar el dinero y tener una hija concienciada a que se lo gaste en una depilación láser o en un fin de semana pastillero.
—Visto así… Espero que Julia nunca se cruce con la chica en cuestión, en un semáforo: Hola, tienes un clítoris gracias a mi generosidad. De nada, mujer blanca, pero mis vecinos te odian a muerte por la escandalera que monto cada vez que…
—Déjalo, Rafa, déjalo.
—Vale pues. Cuando tengas la cifra exacta, me mandas un correo y te hago el ingreso.
—Descuida. A la niña le va a hacer mucha ilusión.
—Procura que la caja de regalo sea discreta, no se vaya a encontrar de pronto con el clítoris…
—¡Qué bruto eres!
—Son negros, igual entienden las instrucciones al revés y se lo cortan.
—La que voy a cortar soy yo.
—Qué sentido del humor más escueto, Sofía.
—Eres un retorcido. Siempre acabas deprimiéndome…
—Yo también me alegro de tener una hija tan humana. Y retorcida, como yo, mira que pedir un clítoris.
—Pues sí.
—Nos vemos.
—Adiós.