Visita el despacho un ilustre de la hostelería donostiarra que desde hace unos años regenta el Bully, un bar-restaurante que, entre otras bondades, oferta una amplia gama de platos sin gluten.
Casualmente, el 27 de mayo, se celebra el Día del Celíaco y el Bully ofrece durante esa jornada comida o cena gratuita a todo celíaco que presente su carné de socio de la Asociación de Celíacos de Euskadi. Charlamos del tema, me invita a ir y le digo que, como de normal no voy a su local, me da cosa presentarme justo ese día para llenarme la barriga "por la patilla". Él insiste, "Kerman, por favor, no digas tonterías, para eso lo hacemos, para que disfrutéis, es un día de fiesta para vosotros". Y rubrica sus palabras con un "Te espero el miércoles". Por mi parte, insisto también en mi argumento "Ya veré, pero no creo que vaya". Le doy vueltas al asunto, voy solo, no voy, llamo a una amiga… y finalmente llega el 27 y me animo a ir con mi hijo pequeño. "A él le va a hacer ilusión una cena de chicos fuera de casa entre semana. Además, aunque los dos somos celíacos, solo yo soy socio, así que cenamos los dos, pago lo de él y me quedo más tranquilo". Total, que después de cenar pido la cuenta y me encuentro en el platillo un ticket con un 0,00 euros.
"Oscar, por favor, precisamente lo que quería era evitar esto. Me traigo al peque para pagar un cubierto y me salen por la cara los dos... No me parece bien, pero bueno… Muchísimas gracias, vendremos el fin de semana a tomar el aperitivo…". Durante el regreso a casa no dejo de pensar en el detallazo y tengo la sensación de haber quedado en deuda.
Al día siguiente estamos en casa dispuestos para la cena. Nos sentamos y comienzo a servir la sopa mientras escuchamos de fondo el telediario. Salta a la pantalla el mediático Luis Bárcenas. En esta ocasión la cosa no trata de cuentas opacas en Suiza o sobresueldos en B. Va de que el ex tesorero se ha pasado por el INEM a preguntar que qué es de lo suyo, que cómo va, vamos, que a ver qué prestación le va a quedar, habida cuenta de que su solicitud de readmisión en el partido por despido improcedente tiene visos de no prosperar. Solo faltaría, después de años de abnegado servicio al partido.
El manotazo sobre la mesa hace que el plato dé una chirivuelta en el aire y la sopa nos ponga perdidos a todos. Cae al suelo produciendo un crujido que queda ahogado por la sordina de mis blasfemias.
—¡Sinvergüenza! ¡Caradura!
—¡Corre, pon el dvd! ¡Directo a la escena de los spaghetti! —dice mi hija.
—¡No, el Apartamento es para el estrés diario! ¡Para los cabreos y ataques de ira no funciona! El portátil, ¡corre! ¡Pon en marcha el dvd del portátil! —da instrucciones mi mujer.
—¡Jetas! ¡Chorizo! Entre rejas tenías que estar… ¡En qué república bananera estamos!
Llega mi mujer con el portátil, aparta el puchero de la sopa y el salvamanteles, sitúa frente a mí el ordenador, se mueve ágil por el explorador, entra en la unidad de reproducción dvd y desplaza el cursor con el ratón directamente a los minutos finales del capítulo*. Después de citar a Kierkegaard –que siempre me recuerda a Faemino y Cansado– y a Joyce –un día de estos me tengo que lanzar con el Ulises–, aparece Chris (John Corbett), el locutor de la K-OSO y dice "lo que importa no es lo que lanzas si no el lanzamiento" y comienzan las primeras notas de El Danubio Azul de Strauss. Acto seguido, da la orden, sable en mano, y Ed (Darren E. Burrows) acciona la catapulta, que en su giro arrastra el piano de Maggie (Janine Turner) que vuela a cámara lenta por el cielo de Cicely (Alaska) y mi mala gaita va menguando a medida que el instrumento va girando en el aire y perdiendo pedazos de madera y teclas, el cabreo se hace chiquito, y termina siendo solo un puntito blanco, como cuando se apagaba un televisor de los de antes, hasta desaparecer.
—¡Qué espabilado el Bárcenas este!
* Quemando la casa. Tercera temporada. Capítulo 14. (Northern Exposure, 1990-1995)