Era altiva y orgullosa, la reina de la presunción. Necesitaba una cura de humildad urgente. Y definitiva. Le golpeé en la sesera con una crítica feroz. Murió en el acto... porque quiso.

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La encontraron tirada, con el móvil en la mano. El análisis pericial determinó como causa de la muerte el crimen pasional. Fue tuiteada con saña.

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Le dije que caminara hacia el horizonte. Ella asintió con la mirada y se fue alejando lentamente. En el punto exacto recogí con delicadeza ambos extremos de la línea y anudé con fuerza.

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Hacía un día precioso y decidimos salir al campo. El río brillaba, las riberas rebosaban verde y el silencio era de lo más gratificante. Ella cogió unos cuantos cantos rodados y se adentró en el agua hasta las pantorrillas. Uno... dos... tres botes. Uno…dos…tres…cuatro…cinco botes. Al de un rato me acerqué a la orilla y cogí una de esas piedras. La lancé con entusiasmo. Ni un solo bote.