Noviembre - Diciembre 2014

nº 161

Cámara oscura

Alex Oviedo
magia-a-la-luz-de-la-luna
una comedia de clases destinada al gran público, en la que el director neoyorquino saca de su chistera la ironía, el sarcarmo, los juegos de palabras y muestra personajes alejados de la realidad, del mundo, sin más preocupaciones que el buen vivir ...

Me pasa desde hace bastantes años: soy adicto a Woody Allen, me encanta todo lo que hace, incluso aquellas obras en las que le veo renqueante, cansado, en las que repite los gags, o insiste en sus temas recurrentes como el psicoanálisis, la muerte, la diferencia de clases...; y en el caso de Magia a la luz de la luna, la relación entre vida y muerte (presente también en Scoop o en Conocerás al hombre de tus sueños). Las películas de Allen adquirieron otro cariz desde que se vino a rodar a Europa: se dio cuenta de que su público no estaba en Estados Unidos, por mucho que algunas de sus últimas cintas (Blue Jasmine o Midnight in Paris) hayan funcionado en taquilla. En esa época comenzó a realizar pequeños videoclips cinematográficos del tipo Vicky Cristina Barcelona o A Roma con amor, en los que el guión parecía supeditado al rodaje de postales de las ciudades y países en los que se desarrollaba la acción. Blue Jasmine dejó de lado en parte esa tendencia, adoptando un tono algo más serio, y centrando la trama en personajes más complejos. Quizás porque Allen —como otros directores de su generación, Eastwood por ejemplo— juega al desenfado y la seriedad, disfruta intercambiando tonos narrativos, poniendo el acento en dramas personales frente a comedias más ligeras que le recuerden que el cine es entretenimiento. Magia a la luz de la luna es de este segundo tipo: una comedia de clases destinada al gran público, en la que el director neoyorquino saca de su chistera la ironía, el sarcarmo, los juegos de palabras y muestra personajes alejados de la realidad, del mundo, sin más preocupaciones que el buen vivir. Los personajes hablan y hablan sin cesar, en algunos casos de manera enfermiza y reiterativa, en especial Colin Firth y Emma Stone, rodeados de paisajes pletóricos, de una hermosura que sólo podría ofrecer la Costa Azul. Firth es un prestigioso mago —que se oculta bajo la apariencia artística del chino Wei Ling Soo— cuyo pasatiempo es descubrir los trucos de los falsos mediums, y en este caso los supuestos dones místicos de Sophie (la citada Emma Stone). Allen se encuentra a gusto en otras épocas, haciendo un cine clásico desde las perspectivas del pasado, en historias rodadas en casas señoriales y con personajes que podrían haber sido interpretados por Katharine Hepburn o Cary Grant. Y es quizás ésta una de sus grandezas: saber que siguen existiendo directores que nos van a seducir por sus historias como si se tratase del cine de siempre.