El kamikaze amordaza tus heridas,
hostiga el señuelo de la imaginación,
le susurra al oído que esterilice
todas las vanas quimeras.
Monologas con tu interior
para extraerle aquellos viajes inexistentes,
instantes espasmódicos
que han empujado el carro
para arrastrarlo a la conciencia.
Mientras tiemblas
afloran las hechicerías
de todos tus retablos.
Figurillas, hogazas de pan
oídos que te alimentan,
sinvergüenzas.