La historia del jardín en la poesía es milenaria. Los persas inspiraron sus versos en la espiritualidad de las flores como estos de Shakir Wa’el en su Visita a Granada: “La temperatura del alma / llega aquí a igualar la de las flores”.
Omar Jayyam, el de la rueda de los cielos y la rosa, escribió: “Sus pétalos al caer/sobre ti, te irán diciendo: «Como tú, vamos volviendo/hacia donde fue el nacer».”
Los poetas del Al-Andalus cultivaron la lírica sensual del jardín: “Yo enamoro a este jardín donde la margarita es la sonrisa; el mirto, los bucles y la violeta, el lunar” de Ibn Jafaya de Alcira conocido como El Jardinero. Ibn Abd al-Rabbihi, nacido en Córdoba, también vio en los pétalos de la margarita los dientes del amor: “En el jardín hay imágenes tuyas; por su causa/se conmueven mis ojos y mi corazón apasionado./La rama es tu talle; las flores, la túnica;/la rosa es tu mejilla y las margaritas, tu boca”.
El jardín simboliza un instante de la naturaleza que la poesía convierte en emoción personal. Los haijin peregrinaban por montes y ríos japoneses solo para percibir el instante de una luciérnaga o del cerezo y anotarlo en un haiku. Kobayashi Issa escribió: “De no estar tú / demasiado enorme / sería el bosque”. Matsuo Bashô en sus haibun o diarios poéticos de viaje, anotaba instantes en sus haiku: “Jardín de invierno. /Hila la luna el canto/de los insectos” y siglos después, Akiko Yosano continúa la poesía del frío en este tanka: “mis torpes dedos / disolviendo el pigmento /desconcertados…/ noche fría / sobre las flores de magnolia”.
Borges contó en El jardín de senderos que se bifurcan el jardín de Ts’ui Pên quien diría una vez: “Me retiro a escribir un libro”. Y otra: “Me retiro a construir un laberinto”. Todos imaginaron dos obras. Nadie pensó que libro y laberinto eran un solo objeto.
Antonio Machado dedicó a Juan Ramón Jiménez un poema que dice: “El poeta es un jardinero. En sus jardines / corre sutil la brisa / con livianos acordes de violines, / llanto de ruiseñores…/. Y Juan Ramón simbolizó en la flor el oficio del poema: “¡no le toques ya más / que así es la rosa!”.
Las flores profundas de Miguel Hernández a su hijo: "EI sol, la rosa y el niño /flores de un día nacieron./…/ "Entre las flores te fuiste. / Entre las flores me quedo". Las azules campanillas que Bécquer suspiró en el pequeño jardín de un balcón.
El jardín onírico de Rubén Darío: “El dueño fui de mi jardín de sueño / lleno de rosas y de cisnes vagos”. El aire puro de Guillén: “Todo en el aire es pájaro”. Las hojas y pétalos de Lorca: “Los árboles / tejen el viento / y las rosas lo tiñen / de perfume”. El sol cuando pasa por El jardín de los cinco árboles de Salvador Espriú: “Brevísimo amarillo, de puesta, /en invierno, en tanto caían / los últimos dedos del agua.
Los sueños silvestres de Rosalía de Castro: “Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros. /Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros. / Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso, /De mí murmuran y exclaman: / Ahí va la loca soñando.” La tinta verde de Octavio Paz: “La tinta verde crea jardines, selvas, prados, /follajes donde cantan las letras, /palabras que son árboles, / frases que son verdes constelaciones.”
Cortázar escribió el pensamiento de las flores, qué piensan las flores de nuestra intemperie: “Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar, pero piensa que es una crueldad inùtil y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile,zumba como una abeja, huele su perfume y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz. La flor piensa: “es como una flor”
La poesía en su jardín, ese tiempo que cada uno elige cuándo sucede y cómo se llama. “Si ignoras el nombre de las cosas, desaparece también lo que sabes de ellas” dijo Carlos Linneo, botánico que, quizás, era poeta.