VAPOR SOLITARIO
Son estas nubes, que han venido a estrellarse en mis ventanas, las que me han dicho que tendré tiempo de remover mi vida en una taza de café.
Podré levantar preguntas desde el silencio que envuelve cada minuto, allá donde nacen instantes en las pupilas, y lamer los relámpagos de su magia.
Saborear, quizás, cada rincón de un segundero visionario que trascienda mis indecisiones, a la vez que molesto esa mirada fija que la voz quiere clavar en las paredes.
Y no. No es que me retuerza, vaga, en la ilusión de una noche a la luz del humo de tu sonrisa mientras piensas en esparcir tu perfume y yo vuelvo del revés la completa extensión del crepúsculo.
No. Ese vapor solitario sabe bien que disfruto observando esos tejidos asomados a un atardecer, antes de dormirme en este suelo de nadie, donde, lenta, me despojo de luces y carne, mucho antes de transformarme en mar, en espuma elevada del abismo para cernirme sobre la grandeza de un grano de arena.
Imposible saber si constituyo el asunto de una sonrisa o si sólo envejezco.
LO ESPERADO
A veces me pregunto por las cualidades de este acontecimiento monótono que me conduce por las horas más recientes de un reloj, y me hace sentarme para admirar la última tarde.
Se diría que esto no es más que el preludio de otros significados, de otras tardes, deslizándose de igual manera, entre conversaciones atenuadas por un aire extasiado que se detiene repentino.
Me reconozco en voces desconocidas, esas que viven en historias ajenas y dominan lo cotidiano, sin alzarse jamás, extrañas en jardines que no entienden, pero presentes siempre, en todas las respiraciones.
Se contiene su silencio en todo lo que toca y observa, al tiempo que me comprendo, segura, en la insistencia del sentimiento que me anega, y me lleva, a romper todos los fines esperados.