"Aprender a rezar en la era de la técnica" es una narración especialmente inquietante porque nunca hace explícita su crítica –aún menos su condena- hacia los comportamientos que narra, los cuales, por otra parte, resultan lo bastante difusos como para evitar caer en el maniqueísmo. No hay lecciones que extraer, ni reconfortantes moralejas más o menos explícitas que nos reafirmen respecto a la distinción entre el bien y el mal.
La lectura de la novela Aprender a rezar en la era de la técnica se revela oportuna en estos tiempos que corren. Es sabido que en los escenarios de profunda crisis, como lo es éste en el que ahora nos encontramos, resurge el deseo de certezas y con ello la tentación de aplicar recetas sencillas –a menudo de carácter expeditivo- a problemas de compleja solución.
La novela del escritor portugués Gonçalo M. Tavares –un valor literario en alza-, publicada en 2012 por Mondadori, ofrece un estudio sobre el afán de poder y la soledad que conlleva a través de su protagonista –Lenz Buchmann-, un hombre sin ideología al que solo mueve la consecución del poder. Un ser sin la más mínima capacidad de empatía hacia el prójimo, abonado solo a las relaciones utilitarias, que abandonará su profesión como cirujano para dedicarse a la política movido por el afán de conseguir que sus decisiones afecten a todo el cuerpo social del mismo modo que su bisturí irrumpía en los órganos dañados de sus pacientes en el quirófano.
Un protagonista consecuente, con pocas ideas pero claras y firmes y un objetivo al que dedicarse en cuerpo y alma. Su visión de la existencia una réplica de la heredada de su padre, un militar sin compasión hacia los débiles que se suicidó a fin de evitarse el trance de tener que asistir a su propio declive físico y mental. Una concepción de la vida muy masculina, hobbesiana, con el aliento del fascismo en el cogote –paradójicamente, la mayor exponente hoy de la ultraderecha europea es una mujer-.
La narración nos es servida en capítulos breves, ninguno de los cuales supera las tres páginas, que se ciñen del modo más estricto al relato de los hechos, prescindiendo de descripciones físicas y de todo aquello que pueda resultar accesorio. De forma que la acción transcurre en un escenario –solo los apellidos remiten a algún lugar en Centroeuropa- y un tiempo sin determinar que, por momentos, remite vagamente a contextos históricos esbozados por autores como Joseph Roth.
La posición del autor consiste en narrar los hechos de una forma descarnada, aséptica, sin juzgarlos en ningún momento, si bien las decisiones del protagonista nos son transmitidas siempre envueltas en una lógica propia, más o menos coherente, racional, a través de la cual concebimos al personaje como un ser humano por mucha que sea la repulsión que nos despierte.
Aprender a rezar en la era de la técnica es una narración especialmente inquietante porque nunca hace explícita su crítica –aún menos su condena- hacia los comportamientos que narra, los cuales, por otra parte, resultan lo bastante difusos como para evitar caer en el maniqueísmo. No hay lecciones que extraer, ni reconfortantes moralejas más o menos explícitas que nos reafirmen respecto a la distinción entre el bien y el mal.
Un paseo por el lado oscuro de la naturaleza humana, en definitiva, de la mano del egoísmo y de la falta de piedad, en el que un elevado sentido de la misión personal y la falta de escrúpulos compensan la mediocridad, el vacío, y anuncian el advenimiento del hombre providencia y con él del fascismo, en este caso abortado precisamente por la llegada repentina de la enfermedad y de la muerte. Esa circunstancia que, en última instancia, nos iguala como seres humanos.