¡Ahora, ahora…cruza!

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Cuando yo te diga saltas…

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Hablaba y hablaba como un charlatán vendecrecepelos, sin la menor señal de desaliento. Eso no era lo peor. El caso es que rubricaba cada dato esencial con un pequeño manotazo sobre mi brazo y cada ocurrencia con un codazo que indefectiblemente caía sobre mi hígado con precisión de púgil habilidoso. Llegó un momento en que no podía más. Tal era la cadencia de los datos relevantes que comencé a sentirme como un imbécil, ahí parado, recibiendo la oleada de tortas. Y sus fogonazos inteligentes terminaron por mermar mi capacidad respiratoria. Dos horas más tarde coincidimos en los aseos, yo recobrando el aliento como un pez que boquea frente al espejo y él lavándose las manos tras salir del servicio. Ahí todo se precipitó de la manera más tonta. Saqué mi navaja multiusos del bolsillo y la usé, con toda naturalidad. La misma con la que él me citó no menos de ochenta utilidades de ese modelo de navaja suiza antes de caer definitivamente desplomado. No estaba la que yo le di.

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Llevas razón, cariño, te vendría bien un cambio de pelo. Casualmente tengo guardado en la mesilla un folleto que me dieron el otro día. ¡Anda llama…toma mi móvil y pide cita.

-Peluquería Sioux, dígame.

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Nos restregó en la cara, por orden: su “Villa Alexa” junto al lago de Como, su apartamento de trescientos metros cuadrados en Paris, su ressort en Andalucía, sus miles de acciones en sociedades que cotizan en Bolsa, su flota de coches entre los que destacó un Bentley Continental personalizado y un Excalibur Limited Edition, y su colección de pistolas flamencas del siglo XVIII, esto último con todo lujo de detalles. Con la que imaginé más gorda de todas le descargué un culatazo ficticio en toda la frente. Resultó.