Me preguntan por esa extraña voz tan mía y yo les tiendo mi dirección entre sonrisas.
Crecimos en el barrio y leímos a clásicos y modernos. Lo nuestro es tenacidad.
Nuestro sino es llevar la contraria con datos y argumentos. Creer en dios cuando todos suman y restan.
Una consecuencia saludable de la modernidad ha sido que no todo vale ni que todo es moderno.
Me siento en la butaca y miro el techo sin prisa: sale un aforismo como una peca en la mano.
¿Quiénes nos precedieron realmente? ¿De quiénes heredamos nuestra inclinación al riesgo y este carácter misántropo?
Levantamos con quince años la mano y la clase enmudeció. Descrubrimos la fuerza de nuestra palabra, su magia negra.
Una vela encendida y un libro abierto siempre al final del día. Y el susurro del pasado como una brisa femenina.
Adiós a los hombres y mujeres que no supieron decir lo que sentían por cálculo o por miedo.
Adiós también a los obtusos que perdieron el compás cuando les pasaron sin avisar la hoja de la partitura.