Marzo 2014

nº 155

Cuadernos Oxford

Pedro Tellería
caza con hurones
La métrica es técnicamente difícil por la brevedad de muchos versos, lo que obliga al laconismo y al encabalgamiento. No hay largos periodos que favorezcan la vana oratoria ...

Esther Ramón es un nombre propio en la poesía actual. Publica desde la década pasada y ha sido antologada y galardonada (Premio Ojo Crítico 2008). En septiembre de 2013 lanzó con Igitur Caza con hurones.

Adelanto: libro difícil pero reconfortante. De lectura exigente y, a veces, tan huidiza como esos hurones del título. Ante todo, destaca por su imponente consistencia léxica. Hay red, como diría un lingüista. ¿Y qué es red? Algo difícil de explicar. Un crítico del siglo pasado hablaría de mundo propio.

El mundo propio de Caza con hurones se anuncia desde el título. Poner “hurones” justamente ahí constituye de por sí una llamada de atención. Y las setenta y tres páginas se dividen en tres secciones sin mayúscula inicial y muy regulares (quince, dieciséis y quince poemas respectivamente) que imprimen la misma marca semántica: “círculos de jaula”, “libertad del hurón junto a su presa” y “línea de hombres desarmados”. Sólo un poema carece de título: es el séptimo de la primera parte, que ha sido indizado por su primer verso (“¿Cuál es el nombre de la especie”) y, en consecuencia, sin cerrar la interrogación. Así lo exigía la estrofa.

Escojo ese poema para esbozar una explicación del libro (mi explicación, claro): he vivido dentro de una intensa cacería simbólica que acaso quiera expresar la acosada existencia del ser humano. Cacería que alude también a pesca, a plantación, a pastoreo, a siembra y a recolección. Algo así como la historia de la supervivencia de la humanidad elevada a materia poética.

También la forma está muy pensada. La métrica es técnicamente difícil por la brevedad de muchos versos, lo que obliga al laconismo y al encabalgamiento. No hay largos periodos que favorezcan la vana oratoria. Nueva exigencia, por tanto, que Esther Ramón impone, o brinda, al lector. Como si también él debiera luchar para sobrevivir al poema. Como si la dificultad empezara desde la propia lectura, como si el acto de leer fuera el primer símbolo “performativo”.

Recomiendo este libro personalísimo. No es fungible, como sucede a tantos otros: materia, forma, mirada y voz constituyen un todo único. Y cómo se agradece.