Conformarse es aceptar las contradicciones, y asumir la complejidad de los deseos mientras estos confirmen la validez de la vida. Confirmarse, en cambio, es asegurarse lo más mezquino de cada uno, lo más férreo y estricto, mientras la vida se escapa en múltiples detalles que rechazan la inmovilidad de los pensamientos más auténticos ...
Contradicciones es un ensayo en el que hablo del oficio de escritor, de la identidad de cada uno, y cuenta con alguna que otra reflexión sobre la vida y el amor. En realidad, la idea del libro es muy sencilla: nos levantamos con una idea –o con una sensación– y nos acostamos con otra bien diferente; y no por eso nos mentimos ni somos otro ni somos falsos ni somos distintos.
Si la contradicción es lo que mantiene la cordura en su sitio, las contradicciones son las que mantienen las diferentes locuras, agazapadas, dentro de nosotros. Me gustan estos textos de Contradicciones donde me vuelco con estas piezas que contienen pensamientos literarios, reflexiones políticas, andanadas poéticas y que incluyen, además, piezas narrativas tocadas por el humor. Es la contradicción del hombre serio que sabe reírse de sí mismo cuando intenta salir de un atolladero o la refutación del hombre abatido, sin trabajo, que ama la poesía por encima de todo y que vive esperanzado mientras pueda escribir y el mundo no se pare del todo.
Conformarse es aceptar las contradicciones, y asumir la complejidad de los deseos mientras estos confirmen la validez de la vida. Confirmarse, en cambio, es asegurarse lo más mezquino de cada uno, lo más férreo y estricto, mientras la vida se escapa en múltiples detalles que rechazan la inmovilidad de los pensamientos más auténticos. Multiplicarse, por último, es un pequeño milagro del ser humano que se completa con sus reflexiones y vivencias, con todos sus fragmentos, mientras se vislumbra un individuo entero y complejo, pero único y diferente ante los demás y ante uno mismo.
Y sin embargo, frente a una realidad deformada surge la constatación más compleja donde cada persona ha de reinventarse con sus contradicciones y logros a la vista. Si volvemos al pasado, mientras echamos una mirada alrededor en el presente continuo, ¿qué veríamos detenidamente? Una realidad móvil donde las paredes están blancas y las páginas se deben escribir de nuevo.
¿Qué puede hacer entonces un poeta en un siglo que se debate en cíclicas crisis de índole política y personal? ¿La crítica a las recetas que se barajan desde el poder para solucionar los problemas de la sociedad se podría combinar con un tono que se detiene en el disfrute de los momentos más íntimos? El escepticismo y el pesimismo por el acontecer de la sociedad, la solidaridad con el oprimido y la importancia de los instantes que reflejan la alegría, la ternura o el amor, podrían ser los registros inconfundibles de una poética que, con la duda existencial al frente, alza la voz como escribe de la vida con todas sus fuerzas y contradicciones.
El ideal es escribir para conocerse mejor. Y la alegría y la tristeza, los malos momentos y los buenos son episodios que nos muestran más maduros, más libres, mientras nos conocemos mejor y nos concedemos más libertad de la que pensábamos que teníamos. La libertad podría ser ese hacer lo que a uno le da la gana, y sin embargo, es vivir como se siente que se ha de vivir. Es pensar sobre cómo hemos sobrevivido a tantas decepciones en la vida, de la misma manera que pensamos sobre lo que hemos escrito para conocernos mejor. En realidad somos un cúmulo de contradicciones asimiladas por la existencia que nos ha tocado vivir. Hombres y mujeres que están en el camino de la felicidad. Poetas que, con sus rarezas al frente, se escudan en sus confesiones para no dejar de escribir. Saber que se ha de escribir es perseguir el ideal mismo de la escritura que nos atrapa cuando no lo hacemos. Hacerlo es una obligación que se convierte en una necesidad porque nos enriquece y nos sirve para gozar de la vida mientras nos reconocemos tal como somos en el fondo de nuestro ser: iguales y distintos a la vez.