El catálogo de debilidades humanas que nos ofrecen los personajes de Saunders es amplio y variado: el instinto de protección, siempre en riesgo ante posibles amenazas exteriores ...
Diez de diciembre, el último libro publicado por George Saunders, recibido en su país con éxito de público y de crítica y editado en el nuestro por Alfabia, insiste en la temática y el formato habitual en el escritor norteamericano: diez relatos que indagan en la fragilidad humana desde una óptica surrealista que combina el humor y la compasión, al modo de pequeñas tragicomedias que bordean el absurdo pero hacen diana en el corazón del lector.
El catálogo de debilidades humanas que nos ofrecen los personajes de Saunders es amplio y variado: el instinto de protección, siempre en riesgo ante posibles amenazas exteriores, sean reales o imaginarias; los celos y la envidia que resulta de compararse con vecinos más pudientes, más exitosos en sus vidas (peer pressure) junto a la inseguridad de no estar a la altura; el sentimentalismo hacia los propios hijos; las obsesiones propias que derivan en comportamientos alienantes…
Todo ello inserto en un entramado que comprende los distintos ámbitos en que se desenvuelve el hombre actual, en los que ha de interactuar y condicionan su evolución: las relaciones familiares, las relaciones sociales y las relaciones laborales.
Como es ya marca de la casa en Saunders, algunos de sus relatos introducen elementos propios de la ciencia ficción, pero siempre con un componente de farsa, en ocasiones de difícil comprensión, en la tradición del Kurt Vonnegut más cáustico. En este caso, la palma se la lleva el relato “Escapar de La Cabeza de Araña”, una ingeniosa elucubración en clave de humor negro sobre el control de las emociones humanas a través de los experimentos con sustancias químicas en reos.
Los protagonistas de los relatos de Diez de diciembre son seres insatisfechos, incompletos, acomplejados, dados a fantasear a fin de compensar sus carencias, siempre proyectándose hacia aquellas personas de su entorno que destilan una imagen de éxito, al menos desde su perspectiva. Sus desvaríos, que a menudo los empuja hacia situaciones extremas, incluso grotescas, indescifrables desde el exterior, los humaniza, los hace reconocibles. Producen hilaridad, pero despiertan la compasión del lector.
Saunders emplea un estilo impersonal, de apariencia contraída, como si la narración respondiera a los esquemas de una directiva oficial, el cual contrasta, incluso choca, con la situaciones delirantes que a menudo describe, lo que contribuye a alimentar la sensación de absurdo. Ello se ve complementado con su maestría para los diálogos: abundantes, jugosos, chispeantes. Pese a cierto esquematismo formal aparente los relatos son densos, ofrecen varias capas y nunca se agotan en una primera lectura.
Quizás el único “pero” que haya que poner al libro es que los personajes y las situaciones que describe Saunders están extraídos de la idiosincrasia estadounidense: algunos de sus protagonistas son loosers (perdedores), miembros de la white trash (basura blanca), seres firmemente inscritos por sus aspiraciones y reacciones en el imaginario norteamericano, y cabe pensar que su traslación a otras culturas más o menos americanizadas como la nuestra, aunque lo sea en elementos significativos pero a la postre superficiales, no sea del todo fluida.