Me miró por detrás de sus gafas a lo John Lennon, no recuerdo bien lo que dijo después, no sé si fue el acostumbrado “tenemos que hablar” o “tengo que decirte algo”. Teniendo en cuenta que cualquiera de las dos formulaciones mágicas te dejan paralizado, debería haberla interrumpido con un beso pero no lo hice por eso, porque te dejan paralizado.

–Llevamos unos cuantos años juntos.

Gran verdad, yo añadiría “maravillosamente juntos”, pero me callo por precaución, no vaya a ser que mi positivismo me explote en la cara.

–Tengo que confesarte una cosa.

(¡Qué mal les sienta a los ateos las confesiones! Aunque allí inmovilizado con su mirada y la formulación mágica, esperaba la sorpresa).

–Te cuente lo que te cuente yo sigo siendo la misma persona con mis cosas buenas y mis cosas malas, además para que te tranquilices te diré que hay mucha más gente como yo (la estúpida tranquilidad de la masa). No me mires así.

Cómo querrá que la mire, a ver si se pasa pronto el efecto sorpresa y puedo articular alguna palabra.

–No sé lo que me sucede, pero siempre que acudo a votar, algo se activa en mí y voto a la derecha. En realidad somos su amigo invisible y somos muchos. Espero que esto no afecte a nuestra relación y que me sigas queriendo, cariño.

Fue como si me hubiesen taconeado en la entrepierna, tardé en recuperarme y cuando lo hice mi mirada ya estaba vieja y cansada, algo había muerto en mí cuando le dije:

–Me habría ahorrado muchas discusiones estúpidas defendiendo el póster que tenemos del Che abanderando el salón si me hubieses dicho hace años que eres una infiltrada en la izquierda de base. Quiero solicitar el divorcio de mutuo acuerdo, cariño.

–Pero si tú votas a la derecha.

–Sí, pero con conciencia de clase.