La única forma de ver a las personas y al mundo tal como son, es sin juzgarlas ni nombrarlas; si renuncias a hacerlo cada ser podrá sorprenderte, porque estarás en contacto con sus infinitas posibilidades ...
No poner nombres es dejar que cada cosa sea y no sea a la vez, que se mueva con el fluir de la vida, y pueda ser nueva en cada momento; es dar a todas las cosas espacio para ser. Sin embargo, al nombrarlas hacemos una foto inmóvil y matamos la vida en ellas. Hemos de deshacernos del hábito de poner etiquetas y estar dispuestos a mirar sin saber para conocer el mundo tal como es; un mundo donde las cosas no tienen nombre. Cuando conoces a alguien se hace difícil no pre-juzgar, no suponer lo que piensa, lo que va a hacer o decir, pero de esta forma estás perdiéndote a la persona que nació en este instante y que es el fruto de todos sus instantes anteriores. Todo lo que imaginas o supones que otra persona piensa es una fantasía que seguramente no se acerca a su realidad. No puedes saber lo que hay en el sueño mental de otro ser humano a menos que estuvieses dentro de su ser; querer hacerlo es tan absurdo como querer entrar en sus sueños nocturnos. Lo que otros hacen lo hacen por sus propias causas y motivaciones, tú apareces en su vida como un reflejo de sus propias causas, nada es por ti. Así cada cosa que miramos tiene que ver con nuestros propios filtros mentales, nada es per se. La única forma de ver a las personas y al mundo tal como son, es sin juzgarlas ni nombrarlas; si renuncias a hacerlo cada ser podrá sorprenderte, porque estarás en contacto con sus infinitas posibilidades. Todo lo que ves está en ti, cada ser es un maravilloso espejo en el que puedes mirarte cada vez que abres los ojos. Cada ser te ofrece una nueva oportunidad para reconocerte y amarte a ti mismo. El mundo de las cosas sin nombre puede parecer desordenado porque es algo vivo que está fluyendo. Déjalo ser. Ámalo. Mira sin saber y deja que todo te sorprenda. Cuando se produce la iluminación, lo que sucede es que soltamos nuestra manera limitada de ver las cosas, soltamos los nombres y empezamos a mirar sin expectativas de encontrar algo concreto. Miramos con la curiosidad de un niño y entonces podemos ver cada momento como algo nuevo, vivo, milagroso. A través de las ideas, sin embargo, el mundo es conocido, limitado, aburrido, muerto, triste. La verdad suprema no puede imaginarse, ni expresarse, ni pensarse; no podemos captarla al elaborar teorías. La sencillez del alma se percibe en el silencio, cuando éste se rompe al hablar o al pensar la perdemos. Despertamos a lo que somos a través de la ausencia de palabras, pensamientos, análisis, juicios y etiquetas. Al movernos de la mente al corazón experimentamos realmente la vida.