Enero - Febrero 2014

nº 154

Tres poemas

María Villar Portas
arboles
Imagen: © ardiluzu
Se hará montaña
para romper
todas las épocas de distancia
e inaugurar
un nuevo lenguaje.

LAS PESTAÑAS DEL DÍA

Hay bombas que se humillan
en las pestañas del día.
Son aquellas que han reclutado,
para su miseria,
juramentos mal adornados.
Los que, sin testigos,
se encaraman en sus tronos
para acuchillar ilusiones de otros.

Las contemplo desde el fondo,
allá en mi boca,
que esgrime calles diáfanas
con posibilidad de ser,
y maldigo lo aparente de su brillo.

Atardezco en este silencio,
impuesto en brevedad,
y aun así resisto,
fuerte,
bajo el cielo intocable,
presentando resistencia inmarchitable,
aún modesta,
en el encomio ajeno.

No hay oscuridad
que pueda morir
en el tiempo que nos toca,
ni mentira en su ausencia;
siempre aparece
una prisa que se tiende,
veloz,
a nuestro paso gastado,
y que, a veces, fortuita
descubre una piedra nueva.

IMPRONUNCIABLE

¿Qué se oculta
en esa sangre que se acerca?
¿Cuál será su sitio?

Persiste ese silencio
que gotea la médula del momento
en la tranquilidad de las agujas.
Tiene hambre de no oír,
ver, sentir...
Desea que pase ya ese instante
de luna oscura
que se aproxima taimada a nuestras formas
y que no imponga su encuentro
en mitad del tedio.

En algún sitio nacerá
una frase de aire diáfano
que volará sobre la hierba erguida,
más allá de la luz de las promesas.

Se hará montaña
para romper
todas las épocas de distancia
e inaugurar
un nuevo lenguaje.

No culpemos
a la oscuridad del día
de nuestra amarga respiración.
Ya no pueden existir más voces
confinadas en el espanto de la privación.

Desbordaría el estanque de mis venas
por ver todos los sueños,
codo con codo,
salvándose de su impronunciable muerte.

LA VELOCIDAD DEL SILENCIO

Mi noche forcejea con el tiempo,
en minutos repetidos,
llenos de mi carne anterior.
Hasta los objetos han enmudecido
preparando su oído
a cualquier rumor
surgido de un rincón.

Encontrarán que no se ha movido,
siquiera,
aquella vela que alumbra
este vacío sin mediodía.
Incluso mi voz
permanece devorada
en palabras ocultas,
mientras en derredor
la penumbra ha invadido
las páginas de mi vida.

Todo resulta vacío de luz,
mas afuera resuenan
memorias de otros días,
el polvo de una infancia
que relucía en pleno invierno,
entre el miedo y la risa,
avanzando hacia otros mensajes
escondidos en el cuerpo.

Aún percibo:
el aroma de castillos de arena
al borde de un húmedo azul
roto en espumas
contra las rocas de mi edad;

la sed de una piel
que abría brecha en el deseo
de tus labios sobre mí;

el sabor a sal de los principios...
...y los amargos finales.

De alguna forma
ya no soy, ni estoy.
Es el color de mi historia
quien ha marcado mi arquitectura corpórea
y sostenido la pauta,
para que cada melodía resultase afinada,
o no,
en cada momento.

Me convertí
en nevada sucesión
de algún eco desaparecido,
energía que se transforma
en el espacio de tu recuerdo
viajando a la velocidad del silencio.