El buen cine, aquel que perdura con el paso del tiempo, que permanece en nuestra retina o en las entrañas, se fundamenta en un buen guión y en unos buenos actores, manejados con la habilidad de un director de orquesta. El cine clásico era eso, importaba poco si se rodaba en Estados Unidos o en Japón, si sus diálogos habían sido escritos en francés o en italiano: el espectador se introducía en la vida de los personajes, quedaba atrapado en la red de araña de sus experiencias, se embarcaba en el viaje artístico de quienes eran fieles a su oficio de orfebres. Cuando los títulos de crédito velan la mirada satisfecha de Itziar Atienza en el último plano de Umezurtzak (Los huérfanos, en castellano), el espectador sabe que guardará muchos de los momentos que le han mostrado en la película. Y no sólo porque plantee problemas reales de convivencia en un país como el nuestro (las relaciones entre víctimas y verdugos, los finos hilos que nos unen con quienes se empeñaron en eliminarnos) sino porque lo que cuenta ES real. Cuatro son los pilares que convierten Umezurtzak en un buen filme: el guión bien construido por un Juan Bas en estado de gracia, que se atreve incluso con un breve cameo por el que merece la pena estar muy atento; unos personajes redondos, complejos, que nos provocan ganas de saber más de ellos, a los que acompañamos en su descenso a los infiernos, a los que daríamos de hostias para que aprendieran, de quienes reconocemos sus dudas, sus recelos, las pasiones que los embargan, el miedo a no querer volver a ver a quien te hizo daño, el deseo de venganza y a la vez de hacer las cosas bien aunque duela. Nos creemos cada uno de sus movimientos porque los actores saben expresarlos, desde Patxo Telleria en la piel de un terrorista arrepentido que sólo desea cuidar de su hijo (un Jurgen Murua macarra, inconformista y perdido en un mundo que considera ajeno), a la juez (la citada Itziar Atienza), que tiene que tomar la que seguramente será la decisión más importante de su vida para velar por la hija (una Amaia Iraundegi rebelde y enamoradiza) de su mejor amiga. Sin olvidar los papeles secundarios de Joseba Apaolaza y Carmen San Esteban, que completan la verosimilitud de este sexteto de personajes. Todos ellos dirigidos por un Ernesto del Río que sabe mover a los actores por ese Bilbao en proceso de cambio, que mira al futuro y que quiere olvidar el pasado del terrorismo etarra para empezar a compartir un porvenir común. Umezurtzak no es la primera película que habla de la reconciliación en el País Vasco, pero sí la que quizás lo haya hecho desde postulados más humanos, menos políticos. Otro rasgo que convierte esta cinta en un ejemplo para quienes se quieran adentrar en nuestra Historia a través de un cine con mayúsculas.