Niños pequeños bromean sobre el futuro, entre la M-30 y la salida del Teatro Real arrastran las deportivas cuarteadas por las brillantes aceras, caminan buscando una palabra, se detienen frente a una pastelería sonriendo, entran sucios como desolada tarde de otoño e inmediatamente un par de botas del cuarenta y seis se detiene delante de ellos, de copiloto unos brillantes zapatos de tacón y una voz que les invita a salir, aunque para ser más exactos les empuja como si los estuviese barriendo.

–¡Quiero un pastel de arroz! –dice el más pequeño del grupo.

–Señor, señor, sólo queremos las sobras –apuntilla una niña tímida pero con voz de mando.

–No hay sobras. Salir, estáis molestando a los clientes –dice la del tacón brillante asintiendo y dando un paso adelante.

El más pequeño llora de forma apresurada, suelta una bolsa y en su mano brillan un par de dedos metálicos que lleva hacia la cara, llora pero nadie le hace caso, la de los brillantes zapatos de tacón da un guantazo a la niña con dotes de mando lanzándola contra la puerta, parece que ya no se va a levantar pero se pone de pie como si fuese de goma, los niños se dispersan y ni las botas del cuarenta y seis ni los zapatos de tacón saben a por cuál ir, los clientes continúan devorando los pasteles con parsimonia, bebiendo sus infusiones y algún que otro licor como si no pasara nada, como si todo estuviese aconteciendo en otra dimensión y ellos nunca hubiesen estado allí.