Desprecio el silencio cobarde y la verborrea histérica. Me quedo con el acto, que siempre resulta elocuente.
Una mano en el sombrero y otra en el fajo caliente. Así resulta imposible imaginar una revolución.
Nos convocaron a asambleas que sólo eran prometedoras para los oradores. Salimos más confusos y enfadados, tal como querían.
Manejar los hilos resulta atrayente para cínicos e ingenuos. El nihilista los corta al primer movimiento.
¿Cuánto ganas y quién te paga? Son dos preguntas legítimas antes de sentarse a negociar.
En un vestíbulo había tres personas esperando la vez. Sólo la muda cumplió su palabra.
La expresión hermética no lo es tanto para quienes conocen de sobra el contexto.
Dios desvió el camino de los hombres para reconocer a los válidos. De ahí los papas, las reformas y las persecuciones.
Cuánto queda para la próxima hecatombe no es una pregunta abyecta tras romper las negociaciones.
Una opinión formulada a destiempo es un merecido jarro de agua fría en la cabeza del protocolista.