El amor aparece en esas circunstancias como fuerza que resiste a la acción corruptora del tiempo y a su consecuencia, la muerte, como representación de lo impuro que toca la vida.
Trigramas (Lumen, 2013) es antes que un libro de poemas una nave temporal construida por la poeta argentina Claudia Capel. En ella se embarca poniendo la proa al tiempo y adentrándose en él para explorar los instantes, los sutiles latidos del corazón.
Claudia Capel es, como ella misma me dijo en una ocasión, una poeta de la sentimentalidad. Pero, a diferencia de la mayoría de los poetas que sigue las huellas edulcoradas del romanticismo, ella explora sin concesiones los sentimientos y en particular el sentimiento amoroso buscando la íntima vibración del origen. Esa pulsión primera que justifica nuestra existencia. Una búsqueda que en esta ocasión tiene como puerto de partida el ideario nacido de los trigramas, esos mapas que, en la tradición china, pero también en las tradiciones egipcia, mesopotámca, griega y mesoamericana, las tortugas portan en sus caparazones; mapas con los códigos del tiempo, la mecánica celeste de las mutaciones, la grafía de las fuerzas polares que gobiernan el universo y las cifras de la eterna sabiduría.
El trigrama que identifica la Sabiduría con la Poesía es el noveno, aunque la poeta lo sitúa intencionadamente en su libro en el primer lugar para dejar sentado que su búsqueda y su pensamiento son poéticos y, por tanto, comprometidos con la naturaleza más profunda del amor humano y el mundo [La adivinación / es el arte / de la pura emoción / de lo antiguo / de las señales del cielo / del grillo / de la repentina intuición / que caza respuestas / en el aire del corazón].
Es así como el decir poético, la música de Claudia Capel –conviene recordar que en la mitología griega Hermes inventa la lira con el caparazón de la tortuga– empieza a definir su rumbo hacia la ilusión, hacia el misterio de un pensamiento inacabado que se vincula con nuestra esencia humana [Hay que ir corazón adentro / para ver lejos // percibir del tiempo / este momento // la emoción del ahora / en lo pequeño], es decir, ese latido luminoso que procura revelar la razón de nuestra existencia.
Bajo esta perspectiva, la poesía es reflejo de la vida que se ritualiza en algún lugar del ser, como la poeta deja expreso en el poema Cha No Yu: En las estrellas / la ceremonia del té / es un poeta. // Dice constelaciones / alrededor del agua. // Lo único que hay / entre la vida y la muerte / es este momento // cómo late / tu nombre / en el aire. // Hace trescientas noches / que no te veo // y trescientos días / que no te doy un beso / por suerte el corazón / es más enorme que el tiempo.
El amor aparece en esas circunstancias como fuerza que resiste a la acción corruptora del tiempo y a su consecuencia, la muerte, como representación de lo impuro que toca la vida. Una vida que es necesario purificar con el agua de los sueños que brota de la fuente inefable y llega al cuerpo con una carga y sentido místicos que, como en los casos de Teresa de Ávila o Juan de la Cruz, no rehúye la exaltación erótica que contiene toda atracción amorosa y la vocación de un existir gozoso. [...lávame lento / frótame entre tus piedras / cascada adentro / con amor / con el vaivén azul / que lame el tiempo / con tu cara mojada / con tu perfume y después / descánsame en tu pecho.]
De aquí que los trigramas de Claudia Capel respondan a la arquitectura del cuerpo –los ojos, el vientre, la boca, las manos, el oído, la mente, los pies, los brazos y el corazón–, partes orgánicas que actúan como estaciones del tiempo, cuya fugacidad es represada por un instante por la voz límpida de la poeta y una escritura que fija en la memoria las impresiones, esos pálpitos de lo entrevisto que dejan en el alma la exploración de los sentidos [Cuando en la nada / no queda más / que uno mismo / uno aprende a quererse de nuevo / a perdonarse / a sentir el abismo como un jardín / y el don de la semilla / porque el corazón merece / una flor todavía].
Y esto es posible en esta poesía evanescente porque Claudia Capel sabe que la memoria es quizás el único recurso de permanencia que posee el ser humano, y la escritura la herramienta más poderosa para evocarla; ella sabe que la voz humana a través del habla es una forma de recordar, de volver a vivir dejando, como escribió el filósofo español Emilio Lledó, que los latidos del cuerpo se adecuen a los latidos del mundo. Es así cómo Claudia Capel interpreta que el habla es tiempo más allá de la expresión que se fractura en pasado común –memoria colectiva– y pasado individual –memoria personal que se universaliza– permitiéndole ese viaje al encuentro del tiempo futuro [...los recuerdos no iluminan el vacío / los sueños no apagan la distancia // he juntado años y hojas / mientras el tiempo / no existe más que ahora. // Sola en el aire / sostengo el nido / del instante.]
La fragmentación de Trigramas a causa de las formas líricas orientales adoptadas –haiku, tanka, etc.– lejos de afectar la unidad poética del libro la afirma al tiempo que se abre a la lectura como un cielo nocturno donde se ve el brillo de innúmeros cuerpos celestes, cada uno su historia, cada uno con su tiempo, y sostiene la poesía delicada, límpida y luminosa de Claudia Capel, quien, sin duda, ya ha entrado definitivamente en el territorio de la gran poesía argentina contemporánea.