Entrar al descapotable siendo morena hizo que me sintiera rubia durante unos segundos, fue divertido y quedamos para otro día, mi madre me dijo que tenía que dejar de hablar con extraños, que un día iban a hacerme mucho daño…
Paseando a orillas del Tomebamba pensaba de qué manera suceden las cosas y cómo se dan una detrás de otra en secuencias tan seguidas. A mis treinta años no tengo amigas de esas que se puedan llamar “de verdad”, iba tan abstraída en mis pensamientos que no me di cuenta del tipo del descapotable rojo, tenía la misma pinta que un Ken, me saludó atento y yo sonreí cubista, él habría fantaseado en ese breve instante con “dormir a mi lado” y yo con otra cosa, pero seguro que sería muy complicado conocer a un tipo así; entraba y salía del ángulo del retrovisor y él me veía acercarme entre sombras que hacían más difícil definir mi contorno, por fin llegué a su altura con un caminar fluido:
–Me he fijado en ti.
Lo dijo como si me hubiese tocado un premio, me hice la despistada y abrió la puerta del vehículo:
–¿Adónde te puedo acercar?
Entrar al descapotable siendo morena hizo que me sintiera rubia durante unos segundos, fue divertido y quedamos para otro día, mi madre me dijo que tenía que dejar de hablar con extraños, que un día iban a hacerme mucho daño…
Al día siguiente vino a buscarme con un todo terreno, dimos vueltas por la ciudad con la música de Casablanca y yo me veía actuando en una escena de cama, sintiéndome poseída y feliz pero recordé que era soltera y que ni siquiera había robado toallas en un hotel, ese pensamiento me hizo sonreír, él preguntó porque sonreía y le dije la verdad:
–De felicidad.
La felicidad me hacía sonreír y el terror también aunque en realidad sonrío siempre que no me aprieten los zapatos.
–Date otra vuelta, Sam –le dije.
Creí que me llevaría a su casa, pero me dejó en la mía aunque quedamos para el día siguiente…
Vino a buscarme con una berlina color perla que hacía resaltar mucho más mi piel (según él), también me dijo que yo era muy buena persona porque daba de comer a las palomas, ese día sí me llevó a su casa que estaba en medio de la nada con infinidad de bañeras, nada más llegar se arrodilló para pedir mi mano y cómo no se la iba a dar, por supuesto que sí, no estaba segura si el anillo era bueno pero le dije que sí.
–Llama a tu madre, hoy no vas a volver a casa. Ya estamos comprometidos, llama a tu madre y díselo. ¡Ah, y date un baño!
Vi pedacitos pequeños de un ser humano, muchos por cierto, nunca se me ha dado bien eso de obedecer pero obedecí, ya casi estaba casada y con el anillo me compraba así que le di la razón y me bañé, salí con un albornoz en el que ponía Shera y me enseñó nuestra habitación.
–Si no te gusta se va a quedar así, que le gusta a mi madre.
La habitación era un poco alta, un poco grande y bastante desolada, tiraba a rojo sangre siendo las paredes blancas. Se acercó a mí, yo temblorosa busqué en el bolso una razón para no matarlo, me besaba y desnudaba de una forma brutal, tenía la intención de copularme con torpeza y pensé en cómo se dan las cosas una detrás de otra, así en fila, él estaba encantado allí desnudo con su miembro erguido, le pedí que usara protección, se ofendió y busqué en los bolsillos del Shera… encontré una diminuta cuchilla que deslicé por el interior de su pierna cortando la femoral, lo apreté contra mí y le dije:
–No quiero hacerlo a oscuras, nos puede salir mal, como suceden las cosas, una detrás de otra…
Obra: Puede que salga mal
Técnica: Composición fotográfica
Artista: Malena de Botana
www.josemanuelbotana.com
jmb@josemanuelbotana.com
www.malenadebotana.com